jueves, 22 de octubre de 2009

Proclamación de la República. El Consulado

El Congreso decide no enviar diputados.
El 30 de septiembre de 1813 se efectuó en el templo de la Merced la inauguración del Congreso, constituido por más de mil diputados. Pedro Juan Caballero fue elegido presidente. Herrera, preparado a librar la batalla, pidió permiso para hablar y presentar al Congreso una extensa memoria sobre la convivencia de que el Paraguay enviara sus representantes a la Asamblea y se incorporara a las Provincias Unidas. Herrera ya no planteaba la renovación del Tratado del día 12 de Octubre, sino la incorporación lisa y llana del Paraguay al sistema de Buenos Aires, y amenazaba, para el caso contrario, con la asfixia económica o la guerra. Su alegato provocó la ira del Congreso. El único diputado que levantó la voz a favor de la unión con Buenos Aires fue expulsado del recinto violentamente. Un sacerdote tuvo que subir al pulpito para aplacar el tumulto. El Congreso hizo decir a Herrera que debía entenderse directamente con el Gobierno; decidió no enviar diputados a la Asamblea de Buenos Aires.

Se proclama la República y se crea el Consulado.
El Congreso deliberó durante varios días. Resuelta la cuestión fundamental que motivara su reunión, se planteó el problema de la organización del Estado. El 10 de Octubre se produjo la crisis política con la renuncia a sus cargos de Francia y Caballero. Se encomendó la redacción de un Reglamento de Gobierno a los renunciantes, quienes lo presentaron el 12 de octubre, y ese mismo día el Congreso lo sancionó por aclamación. En su virtud fueron investido Fulgencio Yegros y José Gaspar de Francia de la calidad de “Cónsules de la República del Paraguay”. De este modo quedaba proclamada la República, la primera en Sudamérica, y se creaba un nuevo sistema de gobierno.
Abandonada, desde tiempo atrás, la farsa de gobernar en nombre de Fernando VII, el Paraguay rompía, esta vez definitivamente, todo lazo de unión con España. Los cónsules tendrían jurisdicción y autoridad iguales, a ejercerse unidamente y en conformidad, pero las tropas y armamentos debían ser distribuidos por mitad. En la presidencia interior debían turnarse cada cuatro meses. Quedaban autorizados para organizar la administración y crear un Tribunal Superior de Apelaciones. Se dispuso “como ley fundamental y disposición general” la reunión anual de un Congreso General que debería celebrarse cada 15 de octubre para tratar los intereses de interés nacional.

El Consulado rehúsa confirmar la alianza con Buenos Aires.
Cumplida su misión, el Congreso de disolvió. Los cónsules asumieron el gobierno correspondiendo el primer turno de la presidencia al doctor Francia. El enviado de Buenos Aires pidió informes oficiales sobre las resoluciones del Congreso en cuanto al envío de diputados, y una audiencia para tratar las resoluciones políticas y mercantiles de ambas partes. Los cónsules informaron a Herrera que “ha sido la voluntad del Congreso supremo de la Provincia no enviar ahora diputados a la Asamblea formada en Buenos Aires”. Herrera fue recibido por los cónsules, y propuso la consolidación de la alianza mediante el envío de auxilios en hombres y recursos, los cónsules prometieron consultar el punto al Cabildo, y basándose en su dictamen negativo contestaron a Herrera en un extenso oficio en que se reproducían las razones porque hasta entonces el Paraguay rehusaba prestar auxilio militar. Paraguay no alegaba la caducidad de la alianza, sino su imposibilidad de presentarse con la dignidad que le correspondía.

Buenos Aires crea nuevos impuestos.
La posición que adoptaba el Consulado frente a Buenos Aires era amistosa. No desconocía la alianza, prometía auxilio para más adelante, y se comprometía a no entenderse entre tanto con los enemigos comunes. Herrera obtuvo del doctor Francia la promesa de “que en todos modos y en cualesquiera circunstancia sostendrá el Paraguay la independencia proclamada, a toda costa, sin entrar jamás y en ningún caso en conciliación ni convenio con los opresores de nuestra libertad”. Pero Herrera no fiaba en la buena fe de Francia. En viaje hacia Buenos Aires informó desde Corrientes a su Gobierno: “Yo creo, no sin fundamento, que las proposiciones de Francia no tiene otro objeto que ganar tiempo y gozar sin pesadumbre las ventajas de la independencia. Apenas llegado Herrera a Buenos Aires comenzó la ejecución de sus amenazas. Nuevos impuestos fueron creados para la yerba y el tabaco del Paraguay. Fracasada en la guerra militar y en la lid diplomática, Buenos Aires recurría nuevamente a la guerra económica para someter al Paraguay.

Adopción de medidas contra los españoles.
Francia era acusado de estar en convivencia con los españoles, que la habían prestado ostensible apoyo, mientras, desde su retiro, hacía oposición a la Junta. Pronto demostró desde el gobierno, que sólo por circunstancias políticas momentáneas había aceptado la adhesión de los europeos. Desaparecido el peligro unionista, los esfuerzos del consulado se dirigieron a perseguir implacablemente al partido españolista. El 5 los españoles no avecindados fueron conminados a presentarse en la plaza mayor, en el término de una hora, su pena de ser pasados por las armas. El 6 de marzo se fulminó a los europeos con la absoluta prohibición de contraer matrimonio con mujeres blancas. No pararon aquí las medidas contra los españoles. En julio se les prohibió hablar de política, bajo penas de expulsión y confiscación de bienes. El partido españolista quedó aplastado.

Neutralidad de las guerras civiles del Plata.
En enero de 1814 Artigas gestionó nuevamente la alianza del Paraguay contra Buenos Aires, cuyo Gobierno le había declarado traidor y puesto precio a su cabeza. El Consulado, informado por el director supremo de Buenos Aires, Posadas, de que Artigas, para dar a sus planes aspectos de seguridad, invocaba la protección del Paraguay, desahució sus pretensiones, así como anteriormente había rehusado la propuesta portuguesa de llevar la guerra al caudillo oriental. El delegado en Misiones, Vicente Antonio Matiauda, en connivencia con Artigas, se adelantó a organizar un ejército para atacar a Corrientes. No obtuvo, sin embargo, la autorización que solicitó de los cónsules, quienes se dirigieron al teniente gobernador de Corrientes para desautorizar las versiones de que Artigas, en sus proyectos, obraba de concierto con el Paraguay.
A pesar de todos los jefes de frontera habían recibido órdenes de no tomar partido, Matiauda, impetuoso inició las hostilidades y fue relevado de su mando. Estaban trazadas las grandes líneas de la política Paraguaya. El Paraguay, si bien no quería ayudar a Buenos Aires en su lucha contra los españoles, estaba resuelto guardarle las espaldas. Nunca haría armas contra ella, sordo a las súplicas de sus enemigos. Se mantendría absolutamente neutral en la guerra civil que se extendía de un extremo a otro del territorio argentino, no tanto por horror a la lucha entre hermanos y por amor a su tranquilidad, cuanto por el temor de poner en peligro su independencia en la vorágine de la anarquía.

Se regulariza la administración.
Durante el Consulado de negocios administrativos marcharon con mayor regularidad. Se creó una Secretaría de Estado; a falta de Tribunal Supremo, se le devolvieron al Cabildo sus atribuciones judiciales; se ordenó la Hacienda y se dio mejor organización al Ejército. El doctor Francia aunque nunca utilizó las tropas que le correspondía y se puso personalmente en frente de ellas, dirigiendo él mismo su instrucción. Pero Yegros, ponderado y generoso, con todos los atributos de un gran señor paraguayo, continuaba siendo el prestigioso caudillo militar de 1811. Su presencia en el Gobierno, aunque se manifestara poco en la dirección administrativa, contrapesaba las tendencias absorbentes de su colega. Pero Francia había trazado su plan. Mandó preparar dos sillas curales para el despacho consular. Una llevaba el nombre de César, otra el de Pompeyo. Francia se apoderó de la primera. Además de los tres turnos de presidencia de que constaba el periodo, hizo que le correspondiera dos.
El 7 de septiembre de 1814 fue convocado el Congreso anual. Francia tomó sus precauciones y Yegros, dócil, consistió medidas que haría a sus propios partidarios. Las tropas que mandaba fueron alejadas con pretexto de perseguir a los mbayaes. El teniente coronel Juan Manuel Gamarra y el Capitan Pedro Juan Caballero fueron confinados a puntos del interior, y dados de baja todos los enemigos militares de Francia. Vicente Ignacio Iturbe se vio obligado a retirarse de la comandancia de Iguamanduyú. Emisarios de Francia trabajaban en la campaña a favor de la formación de una dictadura, al uso de Roma, cada vez que peligraba la libertad de la patria. Su prestigio estaba en auge y se le atribuían todos los éxitos políticos y diplomáticos. Francia se burlaba sin compasión de la falta de conocimientos de Yegros, de quien se decía muy inclinado a escuchar las sugestiones de Buenos Aires. La incidía rápidamente su prestigio, pero el gran jefe seguía teniendo muchos partidarios, sobre todo en la capital.

Bibliografía: Efraím Cardozo - Paraguay Independiente.

lunes, 5 de octubre de 2009

LA JUNTA GUBERNATIVA

Jura la Junta y se constituye el Cabildo.
El mismo día 20 de junio de 1811, al terminar las sesiones del Congreso, juraron los miembros de la Junta no reconocer otro soberano que Fernando VII y “sostener los derechos, libertad, defensa e indemnidad de esta provincia”. Fue designado secretario interino Fernando de la Mora, y la Junta inició sus actividades gubernativas. Se constituyó el nuevo Cabildo, siendo nombrados para alcaldes ordinarios de primer y segundo votos don Juan Valeriano de Zevallos y don Juan José Montiel. La Junta dispuso que las Corporaciones, funcionarios y vecinos de la capital y del campo jurasen fidelidad al nuevo gobierno.
El 1º de julio llegó a Asunción un oficio en que el embajador español en Río de Janeiro, Marqués de Casa Irujo, comunicaba que por orden del Consejo de Rgencia no debía aceptarse la ayuda portuguesa. Esta desautorización venía muy oportunamente, los españolistas continuaban abrigando esperanzas en la intervención de los portugueses, así los hacía suponer las comunicaciones del Conde de Linhares y de Diego de Souza. La terminante desautorización de las autoridades peninsulares coloca al partido españolista en situación moral comprometida, más aun cuanto que la Junta supo sacar partido de la nota de Casa Irujo, dándola a conocer al público “para que con este conocimiento nunca pueda ser sorprendido por las falsas voces de los que, habiendo perdido la esperanza de subyugarnos, pretenden introducir la inquietud, suponiendo noticias inventadas y figurando cuidados y temores vanos, y aun desapreciables para un pueblo de hombres libres, que antes morirían que dejar de serlo”.

La nota del 20 de julio.
Un mes después de la clausura del Congreso, la Junta Gubernativa envió su primera comunicación oficial a la de Buenos Aires. Es un documento notable, en el que se definen, con lógica y claridad, los propósitos de la Revolución paraguaya y las condiciones que el país ponía su unión con Buenos Aires. El Paraguay no había hecho sino reasumir la parte de soberanía que había recaído en él al ser deshecho del Poder Supremo de la Nación. Tuvo por principal objetivo “allanar el paso para que reconociendo la Provincia sus derechos, libre del influjo y poderío de sus opresores, deliberase francamente el partido que juzgase conveniente”. Con ese fin se convocó al Congreso General, cuyas resoluciones la nota daba a conocer a Buenos Aires. El Paraguay no había hecho sino reasumir la parte de soberanía que había recaído en él al ser deshecho el Poder Supremo de la Nación. Su revolución tuvo por principal objetivo “allanar el paso para que reconociendo la Provincia sus derechos, libre del influjo y poderío de sus opresores, deliberase francamente el partido que juzgase conveniente”. Una nota daba a conocer a Buenos Aires con la siguiente declaración: “Este ha sido el modo como ella se ha construido en libertad y en el pleno goce de sus derechos pero se engañaría cualquiera que llegase a imaginar que su intención ha sido entregarse al arbitrio ajeno y hacer dependiente su suerte de otra voluntad. En tal caso, nada más habría adelantado ni reportado otro fruto de su sacrificio que el de cambiar una cadena por otras, mudar de amos”. El Paraguay se mostraba desde ese momento celoso de su libertad porque sabía muy bien que si ella “puede a veces adquirirse o conquistarse, una vez perdida no es igualmente fácil volver a recuperarla”
El paraguay no hacía sino sostener “su libertad y sus derechos”, no se negaba a lo que era “regular y justo”. Los autos de su Congreso manifestaría a la Junta de Buenos Aires “que su voluntad decidida es unirse a esa ciudad y demás confederadas, no sólo para conservar una recíproca amistad, buena armonía y correspondencia, sino también para formar una sociedad fundada en principio de justicia, de equidad y de igualdad. La nota del 20 de julio aseguraba que la confederación bien pudo impedir la campaña de Belgrano, pues no faltaron patriotas que la deseasen ates que Paraguari, y aunque las desgraciadas circunstancias la dificultaron, ella era esbozada como un ideal digno de haber sido realizado. “La confederación de esta Provincia, con las demás de nuestra América y principalmente con las que comprendía la demarcación del antiguo Virreinato, debía ser de interés más inmediato, más asequible, y por lo mismo más natural, como de pueblo no sólo de un mismo origen, sino por el enlace de particulares recíprocos intereses destinados por la naturaleza misma a vivir y conservarse unidos”. La terminaba manifestando la esperanza de que Buenos Aires accediese a las condiciones propuestas por el Paraguay “a fin de que, uniéndose todas (las provincias) con los vínculos más estrechos e indisoluble exige el interés general, se procede a cimentar el edificio de la felicidad común, que es el de la libertad”.

Buenos Aires acepta las condiciones del Paraguay.
La nota paraguaya se cruzó en Corrientes con la que la Junta de Buenos Aires había subscrito el 28 de agosto en respuesta al de 20 de julio, Buenos Aires, agotada por las disensiones y expuesta a un ataque de las fuerzas de Elío, aceptaba las condiciones del Paraguay con tal de obtener su ayuda militar en sus apuradas circunstancias. Era el reconocimiento de la independencia paraguaya y el término de las desavenencias con Buenos Aires. La Junta lanzó un Bando anunciando gozosamente el reconocimiento de la independencia nacional por el Gobierno de Buenos Aires.

Es descubierta una conspiración.
La oposición no se amilanó por el éxito de que acababa de obtener el Gobierno. El entorpecimiento del tráfico fluvial, debido al dominio del río por realistas de Montevideo, y la creencia de que la alianza con Buenos Aires entrañaría en envío de soldados a lejanas tierras, estimuló el descontento popular y dio aliento a los reaccionarios. El 16 de setiembre de 1811, por delación de uno de los comprometidos, se supo que debía estallar un movimiento sedicioso, bajo la dirección del ex ayudante del gobernador Velazco. La Junta dispuso el apresamiento de los complicados, entre quienes figuraban muchos paraguayos de la vieja aristocracia, como Juan José Machain, Antonio Recalde, Cayetano Iturburu y Juan de Dios Acosta. Para descubrir otros complutados, los militares idearon un ardid. El 29 de septiembre salió del Cuartel una compañía de granaderos dando vivas al Rey y al Velazco. Algunos españoles cayeron en la trampa y corearon la manifestación. En el acto fueron apresados y dos de ellos fusilados. La intervención de Francia impidió que siguieran las ejecuciones.

Belgrano y Echeverría negocian con el doctor Francia.
La Junta dejó la negociación del doctor Francia, todas las ventajas estuvieron de su parte. Conocía de antemano las proposiciones máximas y mínimas de Buenos Aires. Sabía que Buenos Aires prefería la alianza militar a la federación, aun a trueque del reconocimiento de la independencia del Paraguay. Sin pena el doctor Francia abandonó su plan federal para aceptar su sustitutivo de la alianza militar como precio de reconocimiento de la independencia de la buena amistad con Buenos Aires. El papel de Belgrano y Echeverría en la negociación fue meramente pasivo. Francia obtuvo de ellos, con astucia y sagacidad, todo cuanto se propuso, que era mucho más de lo que el propio Congreso de Junio había soñado.

El tratado del 12 de octubre de 1811.
Al cabo de laboriosas gestiones, el 12 de octubre se firmó la Convención que articuló los acuerdos “convenientes a la unión y común felicidad de ambas provincias y demás confederadas”, a que se había llegado teniendo presente las notas del 20 de julio y del 28 de agosto. Los tres primeros artículos reglaron las cuestiones económicas en un todo de acuerdo con las pretensiones paraguayas. Quedaba exigiendo el Estado del Tabaco, pudiendo vender el Paraguay las existencias en su poder para mantener una fuerza militar “efectiva y respetable”. Con este mismo destino el Paraguay cobraría en lo sucesivo en Asunción la sisa y el arbitrio que la yerba pagaba anteriormente en Buenos Aires, y para los mismos fines militares se autorizaba a Buenos Aires a imponer algunos moderados impuestos a la introducción de los efectos paraguayos. Se estimuló también el derecho de alcabala se satisficiera en lugar de al venta del producto. Por el artículo 4º los límites quedaron como estaban entonces, hasta tanto el Congreso General estableciera la demarcación territorial, pero reconociéndose la jurisdicción paraguaya en los partidos de Pedro González y Candelaria. Entendía en la faz política de las relaciones entre las dos Provincias. “Por consecuencia, de la independencia que queda esta Provincia del Paraguay de la de Buenos Aires, conforme a lo convenido en la citada contestación oficial del 28 de agosto último, tampoco la mencionada excelentísima Junta (de Buenos Aires) pondrá reparo en el cumplimiento y ejecución de las demás deliberaciones tomadas por ésta del Paraguay en Junta general, conforme a las declaraciones del presente tratado”.
A Paraguay a nada se obligaba. Quedaba en plena libertad para enviarlo o no. La parte final estimuló la alianza militar. “Bajo estos artículos decía, deseando ambas partes contratantes estrechar más y más los vínculos y empeños que unen y deben unir ambas provincias en una federación y alianza indisoluble, se obliga cada una por la suya no sólo a conservar y a cultivar una sincera, sólida y perpetua amistad, sino también a auxiliarse y cooperar mutua y eficazmente con todo género de auxilios, según permitan las circunstancias de cada una, toda vez que los demande el sagrado fin de aniquilar y destruir cualquier enemigo que intente oponerse al progreso de nuestra justa causa y común libertad”.

Buenos Aires aprueba el tratado.
La Junta había sido reemplazada por un Triunvirato, expresión más rotunda del localismo porteño. El Triunvirato quiso rectificar la disposición favorable de la Junta para reconocer la independencia del Paraguay, no vaciló, a tal efecto, en proceder con doblez. Al tiempo que comunicaba a la Junta de Asunción su instalación y ratificaba la acepción de las cuatro proposiciones de la nota del 20 de julio, advirtió a sus comisionados que esa acepción, sobre todo la de las cláusulas políticas, no interpretaba el verdadero pensamiento de Buenos Aires. Belgrano y Echeverría quedaron instruidos para proceder de un modo diestro y con toda política. Pero estas instrucciones llegaron cuando ya había sido firmado el tratado. A regañadientes lo aprobó el Triunvirato, limitándose a formular ligeras reservas sobre el artículo referente a límites.

Se proyecta una expedición contra los portugueses.
El Paraguay estaba atento a los movimientos de los portugueses en la frontera, eran muy sospechosos y presagiaban una pronta ruptura de hostilidades. La Junta informó al Gobierno de Buenos Aires de su propósito de disponer una expedición de mil hombres, ya hacia las Misiones, ya para sitiar los fuertes de Coimbra y Miranda en el Alto Paraguay, y le pidió auxilio en armas y municiones. El Paraguay ponía en ejecución el Tratado del 12 de Octubre. El Triunvirato prometió el envío de los auxilios solicitados. Simultáneamente le comunicaba de haber pactado, el 10 de octubre, con el virrey Elío, el Tratado de Pacificación, en cuya virtud Buenos Aires abandonaba la Banda Oriental, lo mismo que entre Ríos, se restablecía la comunicación entre Montevideo, Buenos Aires y Asunción.

La Junta de los Tres traza un plan de gobierno.
Reducida la Junta a sus tres miembros, Yegros, Caballero y de la Mora, querían demostrar al país que el doctor Francia no era el único paraguayo capaz de gobernar. La Junta de los Tres divulgó por bando su plan general de gobierno, tendiente a estimular el progreso social, cultural y material y la educación. Anunció la creación de una academia militar y de una Cátedra de Latinidad, y las medidas que se iban a adoptar para el desarrollo de la agricultura y del comercio. Y terminaba el bando histórico anunciando que el Congreso “que ha de celebrarse con oportunidad acordará los reglamentos y estatutos para mantener el sistema público”.
El plan de gobierno tuvo su comienzo de ejecución con una actividad inusitiva. En una reunión de “prelado y corporaciones” se acordó la creación de la Cátedra de Latinidad por cuenta del antiguo Real Colegio Seminario de San Carlos, “sin que los padres, alumnos ni oyentes tengan el gravamen de costear el maestro”. Se estableció de este modo la enseñanza gratuita y obligatoria. Además, sería de latinidad, también comprendería “elementos de buenas costumbres y política”. Para el mejor cumplimiento de las disposiciones referentes a la enseñanza.

Se asegura la independencia Judicial.
La Junta se propuso consumar la independencia en todos los terrenos. Dispuso que los autos de los jueces inferiores fueran apelados ante la Junta y no ante la Audiencia de Buenos Aires, y solicitó del Gobierno porteño la remisión de todas las causas criminales y civiles del Paraguay que habían ido hasta la Audiencia en consulta o apelación. El Triunvirato accedió a la demanda, quedando así cortado el único lazo de dependencia que aún subsistía entre el Paraguay y el antiguo Virreinato. Para hacer desaparecer todo rastro de influencia extranjera en los negocios internos se abolió la subdelegación de la Inquisición que el Tribunal de Lima tenía en Asunción. Con estos dos hechos la Junta afirmó la independencia judicial y eclesiástica como complemento de la política.

Medidas de orden económico.
Los indios fueron declarados libres del pago del tributo establecido por leyes antiguas. También se preocupó la Junta de situar a los indígenas establecidos a lo largo del río Paraguay, donde se dedicaban a tripular embarcaciones, y también al robo y la pillería, en poblaciones estables lejos de la costa en el interior del país, y se les proporcionó terrenos y útiles de labranza.
La Junta inició varias obras de carácter económico. Concedió al norteamericano Tomás Lloyd Holsey permiso, por diez años, para la organización de una empresa de navegación a vapor y para el establecimiento de un astillero en un paraje adecuado. En agosto, el Cabildo sometió a la Junta un plan de colonización del Chaco. Propuso que en ese territorio se concediera a los vecinos terrenos aptos para la crianza de ganado y los cultivos fueran libres de todo impuesto, y con gratificación. La Junta se propuso explorar los antiguos caminos del Chaco, y a petición del Gobierno de Buenos Aires, que deseaba saber si era posible enviar una expedición militar al Alto Perú a través de ese territorio, expidió un notable informe con interesantes datos sobre la Banda Oriental.

Buenos Aires pide auxilio militar al Paraguay.
Reanudada la hostilidad en la Banda Oriental, el Gobierno de Buenos Aires solicitó del Paraguay el envío de mil hombres armados. Iba a ponerse a prueba la solidez de a alianza pactada en octubre. En sucesivas notas Buenos Aires insistió en su demanda, apurando todos los argumentos para convencer al Paraguay de la necesidad y conveniencia de que concurriera a la guerra por la independencia. Buenos Aires reconocía que con sus solas fuerzas, no podía hacer frente a tantos enemigos; necesitaba la ayuda de las provincias, pues en la Banda Oriental, todas ellas y también el Paraguay, inevitablemente sería uncidas al carro del vencedor. Por última vez, el 12 de marzo de 1812, volvió a suplicar el envío de auxilios.
Cuando el Triunvirato informó que Gran Bretaña quería intervenir ante las Cortes de la península para disponer de los pueblos americanos como si fuesen “algún patrimonio vendible”, la Junta declaró: “Los paraguayos naturalmente inclinados a las armas están persuadidos que no deben sobrevivir a la ignominia de verse supeditados y tiranizados de dominaciones extranjeras, y han jurado defenderse hasta los últimos apuros, sepultándose más bien dentro de sus mismas cenizas antes que rendirse… Ya sabremos insinuarnos con las tropas acuarteladas, regimientos, milicias y demás paisanaje, y que no salgan de sus labios sino generosas protestas de vencer o morir por la defensa del suelo americano”. De este modo había expresado el Paraguay su adhesión a la gran causa de la libertad americana, para cuya defensa había estipulado la alianza con Buenos Aires.

Se excusan los auxilios solicitados.
No obstante su adhesión a la causa americana y su voluntad de mantener la alianza con Buenos Aires, el Paraguay no accedió al pedido de tropas formulado por el Triunvirato, por razones que la Junta expuso en sucesivas notas. El tratado del 12 de octubre obligaba a los contratantes a proporcionarse auxilios “según sus circunstancias”. El Paraguay juzgaba las suyas: si las de la Banda Oriental eran críticas, aquellas no eran menos. El Paraguay estaba expuesto a una fulminante invasión portuguesa, tanto por las Misiones como por el Norte, donde había grandes concentraciones de tropas. Además, debía defender su río, amenazados por los corsarios de Montevideo, que dominaban en el Paraná. Aunque las armas de que se disponía bastaba para mantener a raya a los enemigos, éstos, que conocían la pobreza en armamento de la Provincia de los informes del coronel García, que se había pasado a los portugueses disconforme a la Revolución, se apoderarían fácilmente de los principales puntos apenas se debilitara la defensa, en cuya circunstancia ningún auxilio podía prestar Buenos Aires al Paraguay, por la distancia que los separaba.
No quería decir esto que el Paraguay rehusara prestar su colaboración militar. Apenas contase con las armas que había sido solicitadas en compra a Buenos Aires en octubre de 1811, y que tardaban en llegar, el Paraguay estaba dispuesto a despachar sus tropas aunque fuera “por el aire”.
Su alianza se manifestaba además pródigamente en los auxilios en especie proporcionados a Artigas y en las tropas y barcos enviados en mayo a la ciudad de Corrientes. En su última nota dijo Asunción: “por atender a la defensa de ésa no debemos desamparar la nuestra, dejándola en inanición y riesgo”

Son aceptadas las explicaciones del Paraguay.
El anuncio de que la Corte del Brasil iba a negociar, con la mediación con Gran Bretaña, un armisticio con Buenos Aires, sobre la base de la evacuación de la Banda Oriental por las tropas portuguesas y españolas. Este ya no consideró indispensable la colaboración militar del Paraguay y el 2 de abril de 1812 escribió a la Junta aceptando sus excusas por el no envío de tropas. El 26 de mayo se firmó, efectivamente, en Buenos Aires, el armisticio Herrera Rademaken, este último enviado del Príncipe Regente de Portugal. En su virtud se decretó el ceso inmediato de las hostilidades en la Banda Oriental, y aunque esta medida no tuvo efímera ejecución, disipó por entonces los motivos de discordia entre Buenos Aires y el Paraguay.
La resistencia de la Junta a enviar los auxilios solicitados por Buenos Aires se debió tanto a la falta de arma y a los peligros propios como a un estado de la opinión pública, que se acentuaba a medida que Buenos Aires insistía en sus demandas de auxilio. El país era contrario a toda empresa militar en el exterior. Las numerosas expediciones enviadas en el siglo XVII en auxilio de Buenos Aires.
Esta predisposición fue diestramente utilizada por los adversarios del Gobierno. El partido españolista no estaba muerto. Abandonando definitivamente todo intento revolucionario, dirigía ahora sus fuegos contra Buenos Aires, cuyos pedidos de tropas eran aviesamente interpretados. El doctor Francia desde la oscuridad de su retiro de Ybiray, fomentaba con astucia la desazón popular. Tenía conexiones con los propios españolistas, y con el apoyo del Cabildo que era hechura suya minaba los prestigios de la Junta, creando ambiente hostil a la política de entendimiento con Buenos Aires. Un partido antiporteñista se iba creando con el programa de negar toda colaboración a Buenos Aires.

El Triunvirato envía un emisario con fines subversivos.
Al mismo tiempo que el Triunvirato pedía el cumplimiento de la alianza militar, se empeñó en trabajos subterráneos destinados a obtener, por medios indirectos, la cooperación solicitada aún la plena incorporación del Paraguay a su obediencia. Había aprobado el Tratado del 12 de octubre muy a regañadientes y sin abandonar la esperanza de que en el Paraguay se produjera finalmente una reacción favorable a Buenos Aires. Le estimulaban para ello los informes de algunos paraguayos adictos a la causa porteña, entre ellos el doctor Ventura Díaz de Benoya, quien insinuó que el único obstáculo que Buenos Aires tenía en el Paraguay era el doctor Francia, de quien los demás miembros de la Junta no era sino “ciegos secuaces”, aunque fuera abominado por la tropa, en cuyo seno cabía formar un “partido pujante”, ofreciéndose para conseguirlo. El Triunvirato escuchó sus sugestiones; le extendió credenciales secretas y en abril de 1812 el doctor Bedoya estuvo en el Paraguay, donde procedió con una suma cautela, pues el ambiente no era tan propicio entre las tropas como suponía. Pero durante el mes de junio la ciudad de Asunción vivió en constante intranquilidad, operándose de un momento a otro una revolución porteñista. La junta se limitó a intimar a los descontentos para que en el plazo de quince horas abandonasen el país.

La primera bandera paraguaya.
El 15 de agosto de 1812 se produjo un acontecimiento de histórica importancia. “Al salir el sol, anotó en su Diario Zavala y Delgadillo, hubo salva de artillería, se enarboló el tricolor, y al comenzar la misa mayor arriaron éste y alzaron otro pabellón tricolor, pero con listón ancho blanco, colorado angosto arriba y azul abajo con las armas de la ciudad y las del Rey por otro en blanco”. La bandera nacional había sido creada. Los colores adoptados fueron los mismos que las tropas enviadas por el Paraguay al Río de la Plata durante las invasiones inglesas usaron para diferenciarse de los demás; pero con anterioridad al acto del 15 de agosto de 1812, en que aquéllos quedaron definitivamente adoptados, hubo varias tentativas infructuosas de crear una bandera propia. El 17 de junio de 1811, al inaugurarse el Congreso, se enarboró una bandera tricolor, de azul, encarnado y amarillo, con el escudo de las armas del Rey en el medio; pero también existía otra bandera, de un solo color, el azul, con una estrella blanca en el ángulo superior próximo a la driza. Durante los primeros tiempos la bandera tricolor, roja, blanca y azul, se usaba con sus fajas indistintamente horizontales o verticales, pero el escudo del Rey quedó proscrito muy pronto, apareciendo en cambio, primero en los papeles oficiales y luego en el centro de la bandera, un nuevo escudo, tomado de la primitiva bandera, que consistía en una estrella orlada de ramas de palmas y olivos. El símbolo nacional del Paraguay nacieron instintivamente, sin acto oficial que los confirmasen en sus orígenes. Solo treinta años después serían adoptado por el Congreso y definitivamente consagrados.

Los portugueses se apoderan de Barbón
Sesenta hombres provenientes de Coimbra se apoderaron del Fuerte Barbón. Lo habían encontrado en manos de los mbayaes, pues la guarnición paraguaya, por culpable negligencia de su comandante, lo habían abandonado. La Junta dispuso la inmediata organización de fuerzas armadas que por tierra y agua procuraron la reconquista de esa importante posición. Los portugueses abandonaron el fuerte, que fue recuperada por las fuerzas paraguayas, de los cual se informó inmediatamente a Buenos Aires.

Se envía un emisario a la escuadra española
La Junta había destacado ante el jefe de la escuadrilla española que dominaba el Paraná, a Martín Bazán, en calidad de “legado”, con la misión de recabar la libre navegación comercial entre Asunción y Montevideo. Bazán debía asegurar que la alianza paraguayo-porteña no estaba dirigida contra Montevideo. Al llegar Bazán, el jefe de la escuadra española se negó a recibirle y le remitió a Montevideo, donde no obtuvo ninguno de las ventajas que solicitaba. De regreso al Paraguay fue aprehendido dos veces por las guardias de la costa del Río de la Plata.
El procedimiento elegido por la Junta no era correcto y constituía un olvido de las promesas formuladas a raíz de la misión del capitán Laguardia. El envío de un parlamentario para buscar un entendimiento con el enemigo común no estaba de acuerdo con el espíritu de la alianza del 12 de Octubre. El hecho irritó al Triunvirato, que formuló a la Junta una enérgica protesta. Buenos Aires aprovechaba la ocasión para recapitular con acritud todos los cargos contra el Paraguay, apareciendo nuevamente la cuestión de los auxilios y el envío de la misión Laguardia ante Artigas. La Junta reivindico con energía el derecho de enviar y recibir representantes y de ejercer todos los atributos de la independencia y soberanía nacionales. Poco a poco se iba abriendo un abismo entre Buenos aires y Asunción.

Francia frustra un entendimiento con Buenos Aires
El doctor de la Cerda propuso que la Junta, así como había buscado entenderse con los españoles de Montevideo, destacara un representante a Buenos Aires para procurar reducir los obstáculos que encontraba el comercio paraguayo en el Río de la Plata. Yegros y Caballero se manifestaron contrarios a la idea, pero no así de la Mora, quien, de común acuerdo con de la Cerda, hizo gestiones particulares y reservadas con los hombres de Buenos Aires para que enviasen un emisario a Asunción con la misión de establecer una franca inteligencia que no juzgaban difícil de obtener, pues el Paraguay se perjudicaba grandemente con las continuas incomunicaciones que sufrían. El doctor Francia se enteró de estas diligencias y una noche se presentó inopinadamente en el domicilio de Yegros para señalarle el peligro que corría la independencia del Paraguay con esos manejos. Encontró a Yegros dispuesto a rechazar “ahora más que nunca” una entente con Buenos Aires. Desde entonces la Junta fue retirando la confianza a Gregorio de la Cerda.

Conflicto entre la Junta y el Cabildo
El doctor Francia en su retiro, tejía las redes de su influencia. Estaba enterado aun de las menores actividades de la Junta. Era un censor conocido y vigilante. Ibiray se convirtió en el centro de notorias actividades; Francia recibía numerosas visitas; daba su preferencia a los campesinos y trataba con desdén a los ricos. Se burlaba de la ignorancia de los miembros militares del Gobierno, que dejaban en manos de sus asesores, sobre todo del poderoso y parlanchín doctor de la Cerda, el manejo de los asuntos públicos. Francia había logrado instrumentar al Cabildo y desde sus bastiones tiroteaba a la Junta. El Cabildo obligó a la Junta a manifestarle la correspondencia con Artigas. Mas tarde, otro incidente enturbió más las relaciones entre ambos organismos. Haciendo responsable al presidente del Cabildo, Juan Valeriano de Zevallos, de ciertas faltas de protocolo en una ceremonia religiosa, la Junta le suspendió el 4 de noviembre de 1812 y le arrestó en su domicilio. Se acentuó a impopularidad de la Junta con esta medida contra el respetado capitán Zevallos y se acentuó la corriente favor del reingreso del doctor Francia, que aparecía cada vez más como una necesidad en vista del sesgo de las relaciones con Buenos Aires.

Francia se reincorpora a la Junta
Las medidas económicas del Triunvirato produjeron viva conmoción en el Paraguay. Era el fracaso de la política unionista, triunfante del 12 de Octubre; se volvía a las vísperas de Paraguari. La opinión intransigente, cuyo adalid era el doctor Francia, parecía justificada por los hechos. La condenación pública recayó sobre los que se habían prestado a los manejos de Buenos Aires. Yegros y Caballero estaban exentos de toda sospecha. La pérdida del artículo adicional fue atribuida al vocal de Mora. Se reclamó la vuelta del doctor Francia al Gobierno, quien lo hizo del 16 de noviembre de 1812, no sin imponer condiciones dirigidas a precaverse contra nuevas arbitrariedades de los militares, y para asentar su predominio. Se le dio el mando de un batallón y la mitad del armamento y municiones existentes; se aceptaba la convocación de un Congreso General. Desde ese momento Francia dominó en la escena paraguaya. La coincidencia popular le acompañaba, pues sólo en su intransigente antiporteñismo se confiaba para la defensa de la independencia nacional, nuevamente amenazada.

El Paraguay protesta por la infracción del Tratado
La reincorporación del doctor Francia en el Gobierno significó la iniciación de una violenta ofensiva diplomática contra Buenos Aires. El 25 de noviembre de 1812 la Junta ofició al Triunvirato, por entonces depuesto, resumiendo los agresivos que estaba recibiendo el Paraguay y que acababan de culminar con el decreto sobre el tabaco. Se quejó la Junta de las “imprecaciones, execraciones, dicterios y aun amenazas” contra la Provincia que se escuchaban en Buenos Aires.
La Junta sostuvo que el impuesto al tabaco no tenía otro fin que hacer decaer el comercio del Paraguay, y que la extraña distinción que se hacía, a los efectos de su aplicación, entre las provincias, manifestaba doblez y sin duda la “odiosidad, aversión y rivalidad” con que se miraba la independencia paraguaya y que Buenos Aires “realmente no quiere o no le es aceptable otra unión que la que impone humillación, sujeción y vasallaje”. En consecuencia el Gobierno del Paraguay formulaba la grave declaración de “que ya no hay armonía, amistad y correspondencia de parte de Buenos Aires, que los vínculos federativos sólo subsisten en la apariencia, y que la actual constitución de esta provincia no se considera sino como una situación de perspectiva con la que es preciso contemporizar por razón de las circunstancias”.

Buenos Aires invita al Paraguay a la Asamblea General
El nuevo Gobierno inició sus actividades convocando una Asamblea General de las Provincias Unidas, para la cual invitó, el 13 de noviembre, al Paraguay. El Supremo Ejecutivo no se propuso, sin embargo, introducir ninguna rectificación en la política con el Paraguay. Lejos de atender las reclamaciones paraguayas, justificó la imposición del impuesto sobre el tabaco. Insinuó, finalmente, que las reclamaciones paraguayas podrían ser solventadas en la Asamblea General, recalcando, en consecuencia, la necesidad y conveniencia de que el Paraguay enviara sus representantes.
Por influjo del doctor Francia la Junta volvió a asignar al Cabildo un papel preponderante en los asuntos públicos. La invitación de Buenos Aires fue transferida a su dictamen, que se produjo el 22 de diciembre en sentido de “que no era llegado al caso de hacer a la Provincia el envío de diputados”. El Cabildo aconsejo una actitud de expectativa antes que e abierto rompimiento. La experiencia demostraba el poco aprecio que Buenos Aires hacía de las diputaciones del interior. Aunque el Paraguay enviase sus diputados para actuar dentro del cuadro de las precisas condiciones estipuladas en el Congreso de Junio, nada garantizaba que el Congreso General no fuera víctima de las ininterrumpidas agitaciones populares y que se le guardara respeto y consideración en cuanto no contemplara los intereses localistas de Buenos Aires. Cuando el Triunvirato propuso, como un incentivo para el Paraguay, que las cuestiones en debate se remitieran a la Asamblea, la Junta rechazó un procedimiento que tenía a entregar los destinos del Paraguay a “una asamblea de súbditos y dependientes del mismo Gobierno de Buenos Aires, en cuya comparación la representación de la odiada Provincia del Paraguay sería nula y de mera formalidad”. Pero aún no estaba suficiente madura la voluntad de romper todo lazo de unión con Buenos Aires y no se rechazó de plano la invitación, que fue sometida a un trámite dilatorio, en espera de una ocasión favorable para su serena consideración.

Buenos Aires envía la misión Herrera
Buenos Aires insistió con sus reproches por la no concurrencia del Paraguay a la guerra contra los españoles. La Junta calificó de “monstruosa” la infracción que Buenos Aires había cometido del Tratado al recargar los impuestos al tabaco. El 24 de febrero de 1813 la Junta replicó que “Buenos Aires no tiene solamente las miras de exterminar a los enemigos, sino también de conquistar y subyugar a los pueblos al mismo tiempo de proclamar sus derechos sacrosantos; que con Buenos Aires nada se adelanta y nada hay que esperar, aun tratándose de la justicia y buena fe con que deben observarse los tratados”. No se atrevía el doctor Francia a presentar la denuncia del tratado del 12 de Octubre. A pesar del tono de las notas, la Junta felicitó a Buenos Aires por el triunfo que Belgrano acababa de obtener en Salta”
Buenos Aires quien tampoco quería romper definitivamente con el Paraguay, intentó un avenimiento pacífico. La Asamblea General Constituyente, que en febrero de 1813 inició sus deliberaciones, ordenó la devolución de las presas reclamadas por el Paraguay, y el Gobierno, apando los fuegos de la polémica, informó a la Junta aquella resolución y le anunció el envío de una misión plenamente autorizada. El 6 de marzo el Gobierno encargó a su secretario don Nicolás Herrera esa misión. La asistencia del Paraguay a la Asamblea General Constituyente no era el principal propósito que llevaba Herrera. Se le autorizó además a utilizar el asunto del tabaco como arma de negociación; si no obtenía el envío de los diputados debía procurar, por lo menos, el nombramiento de un plenipotenciario.

En Asunción se habla de erigir una República Independiente.
Al llegar Herrera a Asunción, el 20 de mayo de 1813, inició las negociaciones con la Junta. Francia que llevaba la voz cantante, eligió un procedimiento de estudiada dilación para considerar las proposiciones de Buenos Aires. Se dejó a la consideración de un Congreso General la invitación para concurrir a la Asamblea; que debía componerse de mil diputados. En la fecha indicada no pudo reunirse y, postergada su reunión para el 30 de agosto, tampoco lo hizo; finalmente se fijó la fecha del 30 de septiembre para su inauguración. El Ejecutivo porteño, interesado en obtener la concurrencia paraguaya en la Asamblea, le instruyó para perseverar en sus esfuerzos y a “hacer uso de las más altas promesas”.
Herrera informó que existía partidarios de la unión con Buenos Aires, aun en el Gobierno, y que eran débiles y que no contaban con apoyo en el ejército, siendo en cambio, numerosos y apasionados los contrarios; propuso la adopción de medidas militares y económicas enérgicas para forzar la decisión, e informó que “se habla ya públicamente d erigir aquí una República independiente de los porteños, y hasta los frailes piensan ya en los paralelos supremos que han de elegir”. Herrera, aun en su desconcierto e incomprensión, intuía la gran transformación que en esos momentos se gestaba en las entrañas del pueblo paraguayo.

Artigas aconseja no enviar diputados.
El sentimiento público era cada día más hostil a Buenos Aires y propugnaba la independencia total. Pero Francia aun no quería llevar al país una ruptura total con Buenos Aires. No se le escapaba la trascendencia de la invitación porteña. Contenía leve esperanza de que fuera posible cumplir el plan del 20 de Julio y el 12 de Octubre, creándose el fin “asociación de los pueblos unidos del Río de la Plata”. Su política dilatoria con el emisario porteño refleja vacilaciones. Pudiendo rechazar de plano la invitación de Buenos Aires, se puso en comunicación con Artigas y con las provincias interiores; estudió los pasos de la Asamblea General Constituyente; analizó su constituyente y sus directivas, examinó la actitud de Buenos Aires. Estas ansiosas pesquisas le llevaron a conclusiones desalentadoras. El clima porteño no era propicio para todo ideal que no asegurase el neto predominio político con Buenos Aires.
La Asamblea seguía siendo instrumento dócil en manos de la capital. El Supremo Poder Ejecutivo comenzó por negar a las provincias del derecho de restringir el poder de sus diputados. El Paraguay les había impuesto, en el Congreso de Junio, condiciones limitativas, en defensa de su autonomía y para impedir que se desvirtuara el ideal federal. El 8 de marzo de 1813 la Asamblea, a moción de Alvear, dispuso que los diputados lo fueran de la nación entera, no pudiendo de ningún modo obrar en comisión. Lo cual era inadmisible para el Paraguay; a los diputados se les exigió prestar juramento de obediencia al Poder Ejecutivo. Culminó la prepotencia porteñista con el rechazo de los diputados de la Banda Oriental, que llevaban instrucciones para proponer la federación. Artigas escribió a la Junta aconsejando al Paraguay no enviara diputados y propuso, una vez más, concentrar una alianza para hacer frente a las tendencias absorbentes de Buenos Aires.

Se separa el vocal de la Mora
Francia dio un golpe enderezado a consolidar más su posición política. El vocal Fernando de la Mora se hallaba suspenso desde el 4 de junio, a moción del doctor Francia a raíz de la pérdida del artículo adicional al tratado del 12 de Octubre. La medida se convirtió en expulsión el 18 de septiembre de 1813, fulminado de la Mora por otros cargos más; se le acusó de haber propuesto el abandono del Barbón, de comunicarse con las autoridades portuguesas y de haber manifestado que el Paraguay debía someterse a Buenos Aires. Días después Gregorio de la Cerda, acusado de informar al gobierno porteño de las actuaciones de la Junta, fué conminado a abandonar el país. Francia eliminaba, uno por uno, a sus adversarios.

Se convoca un Congreso con bases democráticas
El Congreso que se convocó se caracteriza por su origen y formación democrática. Para la designación de los diputados se ensayó, el sufragio universal y la representación proporcional. Hasta entonces los congresos eran Constituidos por los miembros de las corporaciones, vecinos citados por el Gobierno y diputados elegidos en Asambleas de vecinos principales. Ahora se declaraba derecho esencial el “derecho de sufragio en todos los ciudadanos de todo pueblo libre” y se comprimían las representaciones de derecho y las señaladas por el Gobierno. Los diputados tenían que ser electos en “elecciones populares y libres que se efectúan en cada uno de los lugares, por todos o la mayor parte de sus habitantes”. Estaban excluidos del derecho electoral los enemigos del “sistema de la libertad”. Se asegura también plena autonomía al Congreso. El doctor Francia se precavía contra la coacción militar, porque quería que el Congreso constituyera libremente un nuevo Gobierno. La preeminencia del campo sobre la capital, que fue resultado de las normas electorales adoptadas, aseguraba al doctor Francia, que organizó el Congreso, el dominio de la Asamblea, porque aunque resistiera por la clase patricia residente en la ciudad, creía contar con la adhesión de la masa campesina.

Bibliografía: Efraím Cardozo. "Paraguay Independiente".

La Constitución de 1940.

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