A diferencia de las demás órdenes religiosas que actuaron en el Paraguay colonial, la Compañía de Jesús era de reciente fundación cuando se estableció aquí.
En efecto, fundada el 14 de agosto de 1534; en la ermita de Montmartre, de Paris, por Iñigo López de Recalde (San Ignacio de Loyola, 1491-1556) y un reducido núcleo de compañeros, había sido aprobada por Paulo III, por Bula del 27 de noviembre de 1540. Nacida, pues, en los primeros años de la reforma protestante, su principal objetivo fue llevar a cabo una renovación o contrarreforma en el seno de la Iglesia Católica. Limitado al comienzo el número de sus miembros, pronto vio derogada tal restricción y centenares de jóvenes poseídos de fe y espíritu de lucha, profesaron en sus filas. Su mencionado fundador y primer general fue elevado a los altares antes de un siglo de su muerte: en 1609 lo beatificó Paulo V, y en 1822, lo canonizó Gregorio XV. San Francisco de Borja. San Francisco Javier, el Beato Roque González de Santa Cruz y otros jesuitas fueron igualmente honrados por la Iglesia.
Rigurosa en la selección de sus novicios y en la disciplina interna, la Compañía de Jesús logró constituir un poderoso equipo de estudiosos, polemistas y predicadores. Aparte de su activa intervención de las luchas religiosas de la Europa del siglo XVI, los jesuitas se dedicaron a la conversión de los pueblos paganos al cristianismo. Así el ya citado San Francisco Javier y otros predicaron en el Japón, entonces remoto y aislado hasta que la persecución de los “hogunes” clausuró sus misiones y exterminó a sus neófitos.
También América, tanto la española, como la portuguesa, los atrajo desde un comienzo. En 1554, a veinte años escasos de la reunión de Montmartre el P, José Anchietta y otros jesuitas echaban las bases de lo que es hoy la ciudad de San Pablo en la planicie de Piratininga, en la Cananea (Brasil). Otros militantes de la misma orden se establecían en el Perú y por esa vía, en 1584, iban al Tucumán y territorios aledaños.
En efecto, fundada el 14 de agosto de 1534; en la ermita de Montmartre, de Paris, por Iñigo López de Recalde (San Ignacio de Loyola, 1491-1556) y un reducido núcleo de compañeros, había sido aprobada por Paulo III, por Bula del 27 de noviembre de 1540. Nacida, pues, en los primeros años de la reforma protestante, su principal objetivo fue llevar a cabo una renovación o contrarreforma en el seno de la Iglesia Católica. Limitado al comienzo el número de sus miembros, pronto vio derogada tal restricción y centenares de jóvenes poseídos de fe y espíritu de lucha, profesaron en sus filas. Su mencionado fundador y primer general fue elevado a los altares antes de un siglo de su muerte: en 1609 lo beatificó Paulo V, y en 1822, lo canonizó Gregorio XV. San Francisco de Borja. San Francisco Javier, el Beato Roque González de Santa Cruz y otros jesuitas fueron igualmente honrados por la Iglesia.
Rigurosa en la selección de sus novicios y en la disciplina interna, la Compañía de Jesús logró constituir un poderoso equipo de estudiosos, polemistas y predicadores. Aparte de su activa intervención de las luchas religiosas de la Europa del siglo XVI, los jesuitas se dedicaron a la conversión de los pueblos paganos al cristianismo. Así el ya citado San Francisco Javier y otros predicaron en el Japón, entonces remoto y aislado hasta que la persecución de los “hogunes” clausuró sus misiones y exterminó a sus neófitos.
También América, tanto la española, como la portuguesa, los atrajo desde un comienzo. En 1554, a veinte años escasos de la reunión de Montmartre el P, José Anchietta y otros jesuitas echaban las bases de lo que es hoy la ciudad de San Pablo en la planicie de Piratininga, en la Cananea (Brasil). Otros militantes de la misma orden se establecían en el Perú y por esa vía, en 1584, iban al Tucumán y territorios aledaños.
No hay comentarios:
Publicar un comentario