- La enseñanza elemental;
- La educación de nivel superior.
3.- Historia e historiadores de la época inicial;
- Los historiadores de la conquista;
- El primer historiador paraguayo.
- Primeras manifestaciones del teatro.
LA ENSEÑANZA ELEMENTAL.
En los primeros años de la conquista, eran en su mayor parte, marinos y soldados los integrantes de las expediciones. Vinieron también algunos sacerdotes y unas pocas mujeres, esposas de capitanes o tripulantes, o sirvientes de aquellas. No existía, pues, población infantil que reclamara el establecimiento de institutos de enseñanza.
En los primeros años de la conquista, eran en su mayor parte, marinos y soldados los integrantes de las expediciones. Vinieron también algunos sacerdotes y unas pocas mujeres, esposas de capitanes o tripulantes, o sirvientes de aquellas. No existía, pues, población infantil que reclamara el establecimiento de institutos de enseñanza.
Pero, en tanto iban pasando los años y asentándose Asunción como único centro de vida urbana, punto de concentración de los españoles y “amparo y reparo de la conquista”, crecía una población mestiza y criolla, necesitada de escuelas para evitar caer en la barbarie de los indígenas, para afirmarse como gente civilizada. Las propias madres, cuando eran españolas, los clérigos y algunos vecinos ilustrados, se improvisarían para la enseñanza en el seno del hogar.
Uno de esos clérigos fue el P. Juan Gabriel de Lezcano, venido a esta tierra con D. Pedro de Mendoza y que sería más tarde racionero de la Catedral de Asunción. El referido sacerdote, puesto a la tarea de formar el primer coro de dicho templo, recibía en su casa a un reducido núcleo de alumnos, a los cuales, además de música y canto, les enseñaba las primeras letras.
Pero, escuelas no las hubo en esos primeros y tumultuosos años.
Entre las medidas de buen gobierno adoptadas por Domingo Martínez de Irala, en 1556, después de haber sido confirmado en su mando por el Rey y muy poco antes de su muerte, figura la habilitación de una escuela de primeras letras. Nos dice Ruy Díaz de Guzmán: “Señalándose dos maestros de niños, a cuya escuela iban más de dos mil personas, teniendo particularisímo cuidado en su enseñanza, que recibían con mucha aplicación”.
Aun cuando la cantidad de dos mil alumnos nos parezca algo exagerada, no se hallaba ésta en total desproporción con el gran número de niños y adolescentes mestizos, hijos naturales de españoles e indias, que se sumaban al más reducido núcleo de jóvenes criollos, conviviendo todos sin apreciables diferencias sociales.
No nos da el cronista los nombres de estos primeros maestros de escuela del Paraguay, ni hay referencias a sus sucesores inmediatos. En todo caso, conviene recordar que en tiempos posteriores fue de competencia del Cabildo proveer a lo necesario para la educación de la niñez.
Precisamente el Cabildo de-Asunción, en su acuerdo del 7 de Octubre de 1596, resolvía que un Lázaro López tomara a su cargo la enseñanza elemental, debiendo dictar sus clases en una casa próxima a la Iglesia Mayor. A sus funciones docentes, sumaba López las de asesorar en forma oficiosa a los magistrados, menester por el cual percibía un estipendio del referido cuerpo municipal.
El historiador argentino Raúl A. Molina nos habla de un Diego Rodríguez y de un Ambrosio de Acosta, que fueron los primeros maestros que enseñaron en Buenos Aires y en Corrientes, respectivamente, cuando estas dos ciudades aún formaban parte de la “Provincia Gigante de Indias”.
La investigación histórica no ha dado todavía noticias sobre maestros y escuelas que puedan haber existido en las extinguidas poblaciones del Guairá y en Concepción de la Buena Esperanza, sobre el río Bermejo.
La enseñanza era elementalísima: leer y escribir, las cuatro operaciones fundamentales, o al menos la suma y la resta, y rudimentos de doctrina cristiana, eran los’ conocimientos proporcionados a los educandos. Lo que más trabajo daba al maestro era la caligrafía: iniciar a los niños en el arte de la letra bastarda, más clara y legible que la encadenada o procesada.
En el transcurso del siglo XVII, es posible hallar numerosas referencias documentales a maestros de primeras letras establecidos en algunos centros rurales, designados por el Cabildo de Asunción, con el parecer favorable del Obispo, y sostenidos merced a aportes de los padres de familia beneficiados con su acción. Pero no será hasta la segunda mitad del siglo XVIII que se ha de difundir realmente la instrucción pública en el territorio paraguayo. Aun en sus momentos de mayor expansión y auge, la enseñanza siguió siendo muy elemental. Hasta después de la Independencia, aunque hubo excepciones, ella se dirigió preferentemente, por no decir de modo exclusivo, a los varones de las clases superiores (criollos y mestizo asimilado a los mismos). Innumerables son los documentos producidos por mujeres de las más encumbradas familias (testamentos, poderes escrituras de compra-venta y de dote) que son firmados por testigos, a ruego de la otorgante que no sabe hacerlo.
LA EDUCACION DE NIVEL SUPERIOR.Uno de esos clérigos fue el P. Juan Gabriel de Lezcano, venido a esta tierra con D. Pedro de Mendoza y que sería más tarde racionero de la Catedral de Asunción. El referido sacerdote, puesto a la tarea de formar el primer coro de dicho templo, recibía en su casa a un reducido núcleo de alumnos, a los cuales, además de música y canto, les enseñaba las primeras letras.
Pero, escuelas no las hubo en esos primeros y tumultuosos años.
Entre las medidas de buen gobierno adoptadas por Domingo Martínez de Irala, en 1556, después de haber sido confirmado en su mando por el Rey y muy poco antes de su muerte, figura la habilitación de una escuela de primeras letras. Nos dice Ruy Díaz de Guzmán: “Señalándose dos maestros de niños, a cuya escuela iban más de dos mil personas, teniendo particularisímo cuidado en su enseñanza, que recibían con mucha aplicación”.
Aun cuando la cantidad de dos mil alumnos nos parezca algo exagerada, no se hallaba ésta en total desproporción con el gran número de niños y adolescentes mestizos, hijos naturales de españoles e indias, que se sumaban al más reducido núcleo de jóvenes criollos, conviviendo todos sin apreciables diferencias sociales.
No nos da el cronista los nombres de estos primeros maestros de escuela del Paraguay, ni hay referencias a sus sucesores inmediatos. En todo caso, conviene recordar que en tiempos posteriores fue de competencia del Cabildo proveer a lo necesario para la educación de la niñez.
Precisamente el Cabildo de-Asunción, en su acuerdo del 7 de Octubre de 1596, resolvía que un Lázaro López tomara a su cargo la enseñanza elemental, debiendo dictar sus clases en una casa próxima a la Iglesia Mayor. A sus funciones docentes, sumaba López las de asesorar en forma oficiosa a los magistrados, menester por el cual percibía un estipendio del referido cuerpo municipal.
El historiador argentino Raúl A. Molina nos habla de un Diego Rodríguez y de un Ambrosio de Acosta, que fueron los primeros maestros que enseñaron en Buenos Aires y en Corrientes, respectivamente, cuando estas dos ciudades aún formaban parte de la “Provincia Gigante de Indias”.
La investigación histórica no ha dado todavía noticias sobre maestros y escuelas que puedan haber existido en las extinguidas poblaciones del Guairá y en Concepción de la Buena Esperanza, sobre el río Bermejo.
La enseñanza era elementalísima: leer y escribir, las cuatro operaciones fundamentales, o al menos la suma y la resta, y rudimentos de doctrina cristiana, eran los’ conocimientos proporcionados a los educandos. Lo que más trabajo daba al maestro era la caligrafía: iniciar a los niños en el arte de la letra bastarda, más clara y legible que la encadenada o procesada.
En el transcurso del siglo XVII, es posible hallar numerosas referencias documentales a maestros de primeras letras establecidos en algunos centros rurales, designados por el Cabildo de Asunción, con el parecer favorable del Obispo, y sostenidos merced a aportes de los padres de familia beneficiados con su acción. Pero no será hasta la segunda mitad del siglo XVIII que se ha de difundir realmente la instrucción pública en el territorio paraguayo. Aun en sus momentos de mayor expansión y auge, la enseñanza siguió siendo muy elemental. Hasta después de la Independencia, aunque hubo excepciones, ella se dirigió preferentemente, por no decir de modo exclusivo, a los varones de las clases superiores (criollos y mestizo asimilado a los mismos). Innumerables son los documentos producidos por mujeres de las más encumbradas familias (testamentos, poderes escrituras de compra-venta y de dote) que son firmados por testigos, a ruego de la otorgante que no sabe hacerlo.
Enseñanza tan elemental como la que hemos descrito no podía satisfacer las apetencias de la juventud de una sociedad de pleno crecimiento, Hernando Arias de Saavedra, que fue el primero en apercibirse de ello, comunicaba al Rey, en carta del 5 de abril de 1604, que había establecido “una escuela y estudio para la gente moza”, y pedía la real aprobación, que le fue concedida un año más tarde, por cédula del 24 de octubre de 1605.
Un sacerdote criollo, nacido en Asunción y licenciado en la Universidad Mayor de San Marcos, de Lima, el P. Francisco de Zaldívar, regentó la institución fundada por Hernandarias, donde se impartía enseñanza de un nivel algo superior al de las escuelas de primeras letras ya mencionadas. Parece haber funcionado la misma hasta la apertura del Colegio de la Compañía de Jesús, vale decir poco menos de diez años.
También a comienzos del siglo XVII existía en Asunción una casa de huérfanas y recogidas, que la benemérita Doña Francisca de Bocanegra dirigía para amparar y educar a las doncellas desprovistos de recursos. Fue ésta la única institución dedicada a la dignificación de la mujer que existió en el Paraguay Colonial. Su apertura hacia 1603, se debió al esfuerzo aunado del Obispo, Fray Martín Ignacio de Loyola y del ya citado Hernandarias. Es lástima que su acción haya durado tan sólo hasta pocos años después de la muerte de su fundador, acaecida en 1617.
En 1652, el gobernador Andrés Garavito de León intentaría reabrir la casa de doncellas huérfanas, pero la precariedad de medios le impediría concretar su iniciativa.
El Cabildo de Asunción, por su parte, en carta del 17 de noviembre de 1625, pedía a la corona la creación de un colegio seminario, pues “los hijos de los nobles conquistadores corrían el riesgo de adquirir las costumbres de los Indios”, y decía que por la gran pobreza de la tierra no había maestros dispuestos a ocuparse de la enseñanza de esa juventud. lndica ello que pese a la habilitación del Colegio de la Compañía de Jesús, que funcionó en su primera época de 1610 a 1629, la educación dejaba mucho que desear.
Ciento sesenta años más habría de esperar el pueblo paraguayo para ver abrirse las puertas de un instituto de segunda enseñanza y seminario permanente.
El segundo Obispo que ciñó mitra del Paraguay, Fray Alonso Guerra, dominico, llegado en 1585, se apercibió de las dificultades que, para la atención del culto y la evangelización de los indios, representaba el corto número de sacerdotes de su diócesis. Con la mira de subsanarlas, tomó personalmente a su cargo la formación intelectual y moral de un grupo de jóvenes criollos y mestizos con vocación eclesiástica. Varios de ellos fueron ordenados más tarde, y el cuarto Obispo, Fray Martín Ignacio de Loyola, franciscano, adoptó similar procedimiento, de tal modo que en 1607 había veintitrés sacerdotes ungidos en la provincia, de los cuales cabe recordar a los P. P. Rodrigo Ortíz Melgarejo, Provisor del Obispado en 1595, Pedro de Sierra y Ron, antiguo cura de la Villa Rica del Espíritu Santo y Tesorero del Cabildo de la Catedral de Asunción, y Roque González de Santa Cruz, predicador entre los indios y mártir de la fe cristiana, criollos todos e hijos de viejos conquistadores.
Los conventos y casas de religión tenían también sus escuelas de primeras letras y, para la formación de sus novicios, organizaban cursos de mayor aliento, como hemos de ver al ocuparnos de las órdenes religiosas. En el Colegio de la Compañía de Jesús, era posible estudiar artes liberales (lógica y filosofía) y latinidad. Sin embargo, todavía en 1657, el Gobernador Eclesiástico denunciaba que el dominio de4 latín por la mayor parte del clero criollo era muy limitado.
En 1630, vista la clausura del colegio jesuítico, el Cabildo de Asunción acordó sostener una escuela de ese nivel y designé maestro de la misma a Juan Domínguez, pero éste parece haberse mantenido en la enseñanza elemental, de las primeras letras.
Fray Bernardino de Cárdenas, Obispo de mediados del siglo XVII y Gobernador en 1649 por aclamación popular, aplicó a la fundación de un seminario los bienes del Colegio de los jesuitas, a los que había expulsado de la ciudad. Sin embargo, no pudo llevar a la práctica la fundación que proyectaba, debido a su inmediato alejamiento del gobierno y de la diócesis. El mismo prelado, en ejercicio de sus funciones pastorales, ordenó a varios jóvenes paraguayos que habían recibido toda su formación en la provincia.
De las ordenaciones sacerdotales celebradas por los Obispos Guerra, Trejo y Sanabria, Loyola y Cárdenas, no debe inferirse que en Asunción haya funcionado en ese tiempo un seminario, Se trataba, más bien, del adiestramiento de grupos reducidos y circunstanciales, por parte de los sucesivos titulares de la ristra y otros sacerdotes ilustrados.
Un sacerdote criollo, nacido en Asunción y licenciado en la Universidad Mayor de San Marcos, de Lima, el P. Francisco de Zaldívar, regentó la institución fundada por Hernandarias, donde se impartía enseñanza de un nivel algo superior al de las escuelas de primeras letras ya mencionadas. Parece haber funcionado la misma hasta la apertura del Colegio de la Compañía de Jesús, vale decir poco menos de diez años.
También a comienzos del siglo XVII existía en Asunción una casa de huérfanas y recogidas, que la benemérita Doña Francisca de Bocanegra dirigía para amparar y educar a las doncellas desprovistos de recursos. Fue ésta la única institución dedicada a la dignificación de la mujer que existió en el Paraguay Colonial. Su apertura hacia 1603, se debió al esfuerzo aunado del Obispo, Fray Martín Ignacio de Loyola y del ya citado Hernandarias. Es lástima que su acción haya durado tan sólo hasta pocos años después de la muerte de su fundador, acaecida en 1617.
En 1652, el gobernador Andrés Garavito de León intentaría reabrir la casa de doncellas huérfanas, pero la precariedad de medios le impediría concretar su iniciativa.
El Cabildo de Asunción, por su parte, en carta del 17 de noviembre de 1625, pedía a la corona la creación de un colegio seminario, pues “los hijos de los nobles conquistadores corrían el riesgo de adquirir las costumbres de los Indios”, y decía que por la gran pobreza de la tierra no había maestros dispuestos a ocuparse de la enseñanza de esa juventud. lndica ello que pese a la habilitación del Colegio de la Compañía de Jesús, que funcionó en su primera época de 1610 a 1629, la educación dejaba mucho que desear.
Ciento sesenta años más habría de esperar el pueblo paraguayo para ver abrirse las puertas de un instituto de segunda enseñanza y seminario permanente.
El segundo Obispo que ciñó mitra del Paraguay, Fray Alonso Guerra, dominico, llegado en 1585, se apercibió de las dificultades que, para la atención del culto y la evangelización de los indios, representaba el corto número de sacerdotes de su diócesis. Con la mira de subsanarlas, tomó personalmente a su cargo la formación intelectual y moral de un grupo de jóvenes criollos y mestizos con vocación eclesiástica. Varios de ellos fueron ordenados más tarde, y el cuarto Obispo, Fray Martín Ignacio de Loyola, franciscano, adoptó similar procedimiento, de tal modo que en 1607 había veintitrés sacerdotes ungidos en la provincia, de los cuales cabe recordar a los P. P. Rodrigo Ortíz Melgarejo, Provisor del Obispado en 1595, Pedro de Sierra y Ron, antiguo cura de la Villa Rica del Espíritu Santo y Tesorero del Cabildo de la Catedral de Asunción, y Roque González de Santa Cruz, predicador entre los indios y mártir de la fe cristiana, criollos todos e hijos de viejos conquistadores.
Los conventos y casas de religión tenían también sus escuelas de primeras letras y, para la formación de sus novicios, organizaban cursos de mayor aliento, como hemos de ver al ocuparnos de las órdenes religiosas. En el Colegio de la Compañía de Jesús, era posible estudiar artes liberales (lógica y filosofía) y latinidad. Sin embargo, todavía en 1657, el Gobernador Eclesiástico denunciaba que el dominio de4 latín por la mayor parte del clero criollo era muy limitado.
En 1630, vista la clausura del colegio jesuítico, el Cabildo de Asunción acordó sostener una escuela de ese nivel y designé maestro de la misma a Juan Domínguez, pero éste parece haberse mantenido en la enseñanza elemental, de las primeras letras.
Fray Bernardino de Cárdenas, Obispo de mediados del siglo XVII y Gobernador en 1649 por aclamación popular, aplicó a la fundación de un seminario los bienes del Colegio de los jesuitas, a los que había expulsado de la ciudad. Sin embargo, no pudo llevar a la práctica la fundación que proyectaba, debido a su inmediato alejamiento del gobierno y de la diócesis. El mismo prelado, en ejercicio de sus funciones pastorales, ordenó a varios jóvenes paraguayos que habían recibido toda su formación en la provincia.
De las ordenaciones sacerdotales celebradas por los Obispos Guerra, Trejo y Sanabria, Loyola y Cárdenas, no debe inferirse que en Asunción haya funcionado en ese tiempo un seminario, Se trataba, más bien, del adiestramiento de grupos reducidos y circunstanciales, por parte de los sucesivos titulares de la ristra y otros sacerdotes ilustrados.
Los aspirantes al sacerdocio que deseaban seguir cursos superiores de filosofía y teología debían trasladarse a la ciudad de Córdoba, en el Tucumán, donde funcionaba una universidad fundada en 1613 por el paraguayo Fray Hernando de Trejo y Sanabria.
El primer doctor paraguayo, graduado allí hacia 1670, fue D. José Bernardino Servín (1643 - 1705), dignísimo sacerdote, que se dedicó a la conversión de los indios, actuó de capellán de las tropas paraguayas en lucha con los mamelucos” e interinó varias veces el gobierno de la diócesis, en sede vacante. Deán de la Catedral de \sunción, fue por espacio de treinta años el más ilustrado e influyente de los varones del clero paraguayo. Algunos años después que él, un hermano suyo, el P. José Servín, alcanzaba idéntico grado académico.
Las universidades de San Marcos, en Lima, y de Charcas fueron mucho menos frecuentadas por los paraguayos. De la primera de ellas, egresó en 1695 el asunceno D. José Dávalos y Peralta, perteneciente a la primera promoción de médicos doctorados en América Española y primer paraguayo que desempeñó la cátedra universitaria: durante más de una década, integró el claustro de profesores de la referida Universidad Mayor de San Marcos. A su regreso a nuestro país, ejerció la medicina, organizó el Hospital de la ciudad y fue de los primeros en fundar estancias y obrajes en la hasta entonces casi desierta zona de Ajos (hoy Coronel Oviedo), donde falleció en 1729. Durante la Revolución de los Comuneros, se constituyó en uno de los más allegados y consecuentes colaboradores de Antequera.
Hasta 1700 los únicos doctores paraguayos fueron Dávalos y Peralta y los hermanos Servín.
LAS LETRAS EN EL SIGLO XVIEl primer doctor paraguayo, graduado allí hacia 1670, fue D. José Bernardino Servín (1643 - 1705), dignísimo sacerdote, que se dedicó a la conversión de los indios, actuó de capellán de las tropas paraguayas en lucha con los mamelucos” e interinó varias veces el gobierno de la diócesis, en sede vacante. Deán de la Catedral de \sunción, fue por espacio de treinta años el más ilustrado e influyente de los varones del clero paraguayo. Algunos años después que él, un hermano suyo, el P. José Servín, alcanzaba idéntico grado académico.
Las universidades de San Marcos, en Lima, y de Charcas fueron mucho menos frecuentadas por los paraguayos. De la primera de ellas, egresó en 1695 el asunceno D. José Dávalos y Peralta, perteneciente a la primera promoción de médicos doctorados en América Española y primer paraguayo que desempeñó la cátedra universitaria: durante más de una década, integró el claustro de profesores de la referida Universidad Mayor de San Marcos. A su regreso a nuestro país, ejerció la medicina, organizó el Hospital de la ciudad y fue de los primeros en fundar estancias y obrajes en la hasta entonces casi desierta zona de Ajos (hoy Coronel Oviedo), donde falleció en 1729. Durante la Revolución de los Comuneros, se constituyó en uno de los más allegados y consecuentes colaboradores de Antequera.
Hasta 1700 los únicos doctores paraguayos fueron Dávalos y Peralta y los hermanos Servín.
La primera centuria de la presencia española en el Paraguay y en la Cuenca del Plata no fue una época propicia al quehacer literario. Eran años de dura y constante lucha, contra una naturaleza imponente e ignota, contra indios bravíos que defendían lo que era suyo, contra la distancia, la soledad y el desamparo. Y sin embargo, hubo clérigos y soldados, y hasta alguna mujer, que hallaron el tiempo necesario para tomar a pluma y poner por escrito sus recuerdos, sus reflexiones, sus quejas, sus esperanzas o sus amores.
Juan de Salazar de Espinoza (1508 - 1560), el benemérito fundador de Asunción, al otorgar testamento en 1557, aludía a unos libros de romance suyos, al parecer compuestos por él, que se han perdido para siempre. No sabemos con certeza si fue poeta, bueno o malo, pero tenemos dicha noticia de su afición a las letras.
Los romances españoles del siglo XV vinieron con los conquistadores, y dentro de ese estilo nacieron otros en estas tierras. De ellos, unos pocos lograron subsistir, incorporados al “folklore” provincial. Tal el caso del “Romance de Don Nuño”, protagonizado por Nufrio de Cháves, que alguna gente anciana aun recordaba a comienzos de la presente centuria, y el de otro de aquella época, sobre Santo Tomás en el Paraguay”.
El P. Guevara alude a Etiguará, un poeta guaraní convertido al cristianismo, que vivió sobre el filo del 1600.
En el género epistolar, que tuvo numerosos cultores circunstanciales, cabe recordar al ya mencionado Juan de Salazar de Espinoza, a Domingo Martínez de Irala (1509 - 1556), el más memorable de los gobernadores españoles a Hernando de Ribera, que estuvo presente en la fundación de Asunción y escribió largamente al Consejo de Indias, en 1545, y a Doña Isabel de Guevara, animosa mujer que vino de España en la expedición de Mendoza y fue autora de una valiente y muy ilustrativa carta dirigida, en 1556 a la Princesa-Gobernadora del reino.
De los poemas de Luís de Miranda de Villafaña y de Martín Barco de Centenera, así como también de las crónicas de Utz o Ulrich Schmidl, de Alvar Núñez Cabeza de Vaca y de Ruy Díaz de Guzmán, y de las primeras e incipientes manifestaciones del teatro en el Paraguay, nos ocupamos de modo especial en los apartados que siguen.
No puede olvidarse la acción cultural del, clero, Dos sínodos diocesanos o juntas de teólogos se reunieron en Asunción en estos primeros años. En 1603 convocado y presidido por Hernando Arias de Saavedra y el Obispo Loyola, y en 1631 por el Obispo Fray Cristóbal de Aresti, benedictino, que compartió as vicisitudes de la emigración guaireña ante la invasión portuguesa. En ambos se trazaron de preferencia los problemas relativos a la conversión de los indios y brillaron por su talento los sacerdotes criollos, los cuales, encabezados por el Deán D. Gabriel de Peralta, tuvieron intervención decisiva también en una junta convocada en 1656 para expedirse sobre la ortodoxia del catecismo de Fray Luís de Bolaños, utilizado por los jesuitas en sus reducciones.
El mencionado Catecismo del P, Bolaños, en lengua guaraní, fue el más difundido en la labor evangelizadora, y el P. Roque. González de Santa Cruz lo complementó con oraciones comprensibles para lo indios. Es la primera manifestación de literatura religiosa en el Paraguay y el más antiguo escrito en guaraní. “Lenguaraces” eclesiásticos y seglares cultivaron el habla indígena y sirvieron con abnegación y eficacia en la noble tarea de integrar a los guaraníes a la cultura occidental.
HISTORIA HISTORIADORES EN LA EPOCA INICIALJuan de Salazar de Espinoza (1508 - 1560), el benemérito fundador de Asunción, al otorgar testamento en 1557, aludía a unos libros de romance suyos, al parecer compuestos por él, que se han perdido para siempre. No sabemos con certeza si fue poeta, bueno o malo, pero tenemos dicha noticia de su afición a las letras.
Los romances españoles del siglo XV vinieron con los conquistadores, y dentro de ese estilo nacieron otros en estas tierras. De ellos, unos pocos lograron subsistir, incorporados al “folklore” provincial. Tal el caso del “Romance de Don Nuño”, protagonizado por Nufrio de Cháves, que alguna gente anciana aun recordaba a comienzos de la presente centuria, y el de otro de aquella época, sobre Santo Tomás en el Paraguay”.
El P. Guevara alude a Etiguará, un poeta guaraní convertido al cristianismo, que vivió sobre el filo del 1600.
En el género epistolar, que tuvo numerosos cultores circunstanciales, cabe recordar al ya mencionado Juan de Salazar de Espinoza, a Domingo Martínez de Irala (1509 - 1556), el más memorable de los gobernadores españoles a Hernando de Ribera, que estuvo presente en la fundación de Asunción y escribió largamente al Consejo de Indias, en 1545, y a Doña Isabel de Guevara, animosa mujer que vino de España en la expedición de Mendoza y fue autora de una valiente y muy ilustrativa carta dirigida, en 1556 a la Princesa-Gobernadora del reino.
De los poemas de Luís de Miranda de Villafaña y de Martín Barco de Centenera, así como también de las crónicas de Utz o Ulrich Schmidl, de Alvar Núñez Cabeza de Vaca y de Ruy Díaz de Guzmán, y de las primeras e incipientes manifestaciones del teatro en el Paraguay, nos ocupamos de modo especial en los apartados que siguen.
No puede olvidarse la acción cultural del, clero, Dos sínodos diocesanos o juntas de teólogos se reunieron en Asunción en estos primeros años. En 1603 convocado y presidido por Hernando Arias de Saavedra y el Obispo Loyola, y en 1631 por el Obispo Fray Cristóbal de Aresti, benedictino, que compartió as vicisitudes de la emigración guaireña ante la invasión portuguesa. En ambos se trazaron de preferencia los problemas relativos a la conversión de los indios y brillaron por su talento los sacerdotes criollos, los cuales, encabezados por el Deán D. Gabriel de Peralta, tuvieron intervención decisiva también en una junta convocada en 1656 para expedirse sobre la ortodoxia del catecismo de Fray Luís de Bolaños, utilizado por los jesuitas en sus reducciones.
El mencionado Catecismo del P, Bolaños, en lengua guaraní, fue el más difundido en la labor evangelizadora, y el P. Roque. González de Santa Cruz lo complementó con oraciones comprensibles para lo indios. Es la primera manifestación de literatura religiosa en el Paraguay y el más antiguo escrito en guaraní. “Lenguaraces” eclesiásticos y seglares cultivaron el habla indígena y sirvieron con abnegación y eficacia en la noble tarea de integrar a los guaraníes a la cultura occidental.
LOS HISTORIADORES DE LA CONQUISTA
“Los conquistadores españoles del Paraguay, que fueron a esas tierras con “las grandes armadas de D. Pedro de Mendoza, le Alvar Núñez Cabeza de Vaca y de Juan Ortiz de Zárate, y en otras “expediciones tenores, produjeron una serie de documentos “cartas, memoriales e informaciones de servicios) que son interesantes y valiosas fuentes para el investigador, pero no obras históricas.
Excepción a lo dicho la constituyen el ya citado Alvar Núñez Cabeza de Vaca y el alemán Utz o Ulrich Schmidl.
“El hidalgo jerezano Alvar Núñez Cabeza de Vaca, antiguo combatiente en las luchas de las Comunidades y expedicionario a la Florida, obtuvo el adelantazgo y gobierno del Río de la Plata en 1540, entró en Asunción, el 11 de Marzo de 1542, tras una marcha colosal desde el océano y fue depuesto por los vecinos el 25 de abril de 1544. Le toca la especial distinción de haber sido el primer gobernante del ‘Paraguay derrocado por sus gobernados. Sus “Comentarios” en que reseña sus peripecias por la parte meridional de América, han sido publicados en libro. Aun cuando la exposición “es de Alvar Núñez, la redacción corre a cargo de escribano “E. Pero Hernández, uno de sus fieles”…
La obra fue impresa en Valladolid, en 1555.
A un modesto soldado bávaro de la expedición de Mendoza, Utz o Ulrich Schmidl (¿l5l0—l581?), que vivió y combatió en el Río de la Plata y en el Paraguay desde 1536 hasta 1553, le corresponde el honor de haber publicado la primera crónica de la conquista Su libro, aparecido en Francfort del Meno, en 1567, ha tenido después de varias ediciones indistintamente con los títulos de Viaje al Río de la Plata o Derrotero y viaje a España y las Indias. El hecho de que, pese a su casi constante exactitud en el relato, cometa errores inadmisibles en los nombres de los principales capitanes hace suponer que Schmidl dictara sus recuerdos a amanuenses que desconocían la lengua española.
Una crónica rimada de los primeros días de la conquista rioplatense es el Romance, en ciento treinta y seis versos, del clérigo Luís de Miranda de Villafaña, testigo de los hechos que relata por haber formado parte de la expedición de D. Pedro de Mendoza. Del poema, se conserva solamente una copia de 1569, que ha servido de base en los últimos ochenta años a varias publicaciones.
“La Argentina”, en verso, en octavas reales agrupadas en 28 cantos o capítulos, del arcediano Martín Barco de Centenera (1544— 1605) vio luz en Lisboa en 1602.
EL PRIMER HISTORIADOR PARAGUAYO. “Ruy Díaz de “Guzmán, criollo paraguayo, nacido hacia 1554, hijo de Alonso Riquelme de Guzmán y nieto de Domingo Martínez de Irala y de una india guaraní, es el primero que escribe un libro en esa región de América. Soldado desde los dieciséis años, asistente a la fundación de la Villa Rica del Espíritu Santo, teniente de Guiara y fundador, en 1593, de la ciudad “de Santiago de Jerez, su actuación pública se dilata con honores hasta su muerte, acaecida en Asunción en junio de 1629, cuando era Alcalde Ordinario de Primer Voto.
En 1612, concluyó de escribir “La Argentina”, crónica de la conquista del Paraguay y del Río da la Plata, que ha servido por mucho tiempo como principal fuente de información a los estudiosos de la historia. Publicada por primera vez en 1835, diez años después, Carlos Antonio López, Presidente del Paraguay, dispuso una nueva edición, basada en el manuscrito existente en el Archivo Nacional de Asunción, que es aceptada como la más exacta por la crítica.
Ruy Díaz de Guzmán y sus contemporáneos Hernando Arias de Saavedra y Roque González de Santa Cruz, nativos de los incipientes núcleos urbanos aquí establecidos, representan, con sus luchas y sus fatigas, con su acción sostenida y con sus proezas, la incorporación efectiva del criollo a la conducción de la sociedad paraguaya. Mestizo por su sangre y europeo por su cultura, Guzmán no es indio, ni español: constituye un nuevo tipo de hombre, el paraguayo, que va surgiendo, quizá sin clara conciencia de ello, y que ha de erigirse en protagonista decisivo de la historia de esta tierra. Criollos y mestizos de la primera hora, equiparados socialmente, jugarán un rol estelar en los siglos XVII y XVIII, de inquietudes comuneras y de formación nacional.
PRIMERAS MANIFESTACIONES DEL TEATRO.Excepción a lo dicho la constituyen el ya citado Alvar Núñez Cabeza de Vaca y el alemán Utz o Ulrich Schmidl.
“El hidalgo jerezano Alvar Núñez Cabeza de Vaca, antiguo combatiente en las luchas de las Comunidades y expedicionario a la Florida, obtuvo el adelantazgo y gobierno del Río de la Plata en 1540, entró en Asunción, el 11 de Marzo de 1542, tras una marcha colosal desde el océano y fue depuesto por los vecinos el 25 de abril de 1544. Le toca la especial distinción de haber sido el primer gobernante del ‘Paraguay derrocado por sus gobernados. Sus “Comentarios” en que reseña sus peripecias por la parte meridional de América, han sido publicados en libro. Aun cuando la exposición “es de Alvar Núñez, la redacción corre a cargo de escribano “E. Pero Hernández, uno de sus fieles”…
La obra fue impresa en Valladolid, en 1555.
A un modesto soldado bávaro de la expedición de Mendoza, Utz o Ulrich Schmidl (¿l5l0—l581?), que vivió y combatió en el Río de la Plata y en el Paraguay desde 1536 hasta 1553, le corresponde el honor de haber publicado la primera crónica de la conquista Su libro, aparecido en Francfort del Meno, en 1567, ha tenido después de varias ediciones indistintamente con los títulos de Viaje al Río de la Plata o Derrotero y viaje a España y las Indias. El hecho de que, pese a su casi constante exactitud en el relato, cometa errores inadmisibles en los nombres de los principales capitanes hace suponer que Schmidl dictara sus recuerdos a amanuenses que desconocían la lengua española.
Una crónica rimada de los primeros días de la conquista rioplatense es el Romance, en ciento treinta y seis versos, del clérigo Luís de Miranda de Villafaña, testigo de los hechos que relata por haber formado parte de la expedición de D. Pedro de Mendoza. Del poema, se conserva solamente una copia de 1569, que ha servido de base en los últimos ochenta años a varias publicaciones.
“La Argentina”, en verso, en octavas reales agrupadas en 28 cantos o capítulos, del arcediano Martín Barco de Centenera (1544— 1605) vio luz en Lisboa en 1602.
EL PRIMER HISTORIADOR PARAGUAYO. “Ruy Díaz de “Guzmán, criollo paraguayo, nacido hacia 1554, hijo de Alonso Riquelme de Guzmán y nieto de Domingo Martínez de Irala y de una india guaraní, es el primero que escribe un libro en esa región de América. Soldado desde los dieciséis años, asistente a la fundación de la Villa Rica del Espíritu Santo, teniente de Guiara y fundador, en 1593, de la ciudad “de Santiago de Jerez, su actuación pública se dilata con honores hasta su muerte, acaecida en Asunción en junio de 1629, cuando era Alcalde Ordinario de Primer Voto.
En 1612, concluyó de escribir “La Argentina”, crónica de la conquista del Paraguay y del Río da la Plata, que ha servido por mucho tiempo como principal fuente de información a los estudiosos de la historia. Publicada por primera vez en 1835, diez años después, Carlos Antonio López, Presidente del Paraguay, dispuso una nueva edición, basada en el manuscrito existente en el Archivo Nacional de Asunción, que es aceptada como la más exacta por la crítica.
Ruy Díaz de Guzmán y sus contemporáneos Hernando Arias de Saavedra y Roque González de Santa Cruz, nativos de los incipientes núcleos urbanos aquí establecidos, representan, con sus luchas y sus fatigas, con su acción sostenida y con sus proezas, la incorporación efectiva del criollo a la conducción de la sociedad paraguaya. Mestizo por su sangre y europeo por su cultura, Guzmán no es indio, ni español: constituye un nuevo tipo de hombre, el paraguayo, que va surgiendo, quizá sin clara conciencia de ello, y que ha de erigirse en protagonista decisivo de la historia de esta tierra. Criollos y mestizos de la primera hora, equiparados socialmente, jugarán un rol estelar en los siglos XVII y XVIII, de inquietudes comuneras y de formación nacional.
El teatro, de manifestaciones muy populares en la Edad Media y en los albores de los tiempos modernos, alcanzaría en España su más alta expresión en los siglos XVI y XVII, con Lope de Vega, Tirso de Molina y Pedro Calderón de la Barca, a los que corresponde agregar a Juan Ruiz de Alarcón, un criollo de la Nueva España.
En el Paraguay y Río de la Plata, sin embargo, ni la creación, ni las representaciones dramáticas alcanzaron importancia en esa época.
La mas antigua alusión a este orden de actividades la hallamos en un memorial del clérigo Francisco González Paniagua, relativo a la deposición del Adelantado Alvar Núñez Cabeza de Vaca, que reproduce parcialmente el historiador Ricardo Cailler-Bois y menciona Carlos R. Centurión. Refiere Paniagua que en 1544, poco después de la destitución violenta del Adelantado y hallándose éste aún en la cárcel, el sacerdote Juan Gabriel de Lezcano, ya mencionado al ocuparnos de la educación, hizo burla del caído, en una farsa que entonces compuso. El estreno, del que tomó parte el autor, tuvo lugar en la festividad de Corpus Christi.
Hombres como Lezcano, a la vez soldado y poeta, sin que sus hábitos talares le privaran de tomar partido en todas las querellas de los conquistadores, fueron esos admirables capitanes, evangelizadores y aventureros, que ganaron para España un imperio colosal.
Según el mismo Caíllet-Bois, hacia 1552 y en ocasión de las bodas de Francisco Ortiz de Vergara con la mestiza Marina de Irala, el portugués Gregorio de Acosa llevó a la escena otra farsa, que satirizaba la gran afición del padre de la novia y de otros capitanes por las indias guaraníes. Todo terminó con azotes para el autor y sus principales colaboradores.
Fuera de estas representaciones, profanas y de intención política, eran frecuentes los autos, misterios y loas, muy difundidos en todos dominios españoles, que tenían lugar en los atrios de los templos, al celebrarse las principales festividades religiosas.
Así el 12 de mayo de 1587, el Cabildo de Asunción decía que “es cosa muy conveniente que Hernando de Cabrera, vecino de esta ciudad, haga para festejar y solemnizar el día de Corpus Christi una obra y representación en honra y reverencia del Santísimo Sacramento, como en otros años se suele hacer, y para que el susodicho se anime y lo haga con más voluntad, acordaron se le den seis potros de los que están aplicados por este Cabildo para obras pías.
Centurión, citando fuentes jesuíticas, recuerda los festejos de la canonización de San Ignacio de Loyola, en 1522, dirigidos por el P. Roque González de Santa Cruz, con. la participación de más de cien actores y coristas, así también los del centenario de la Compañía de Jesús y otros que se llevan a cabo en Asunción y en diversas reducciones jesuíticas. Aún en nuestro tiempo, en algunos centros rurales se observan restos de esta ceremonias si bien de menos colorido, en la Semana Santa y en las Celebraciones patronales.
En general, fuera de las representaciones de intención, el teatro no tuvo en el Paraguay y Río de Plata la importancia que alcanzó en la Lima de los Virreyes.
En el Paraguay y Río de la Plata, sin embargo, ni la creación, ni las representaciones dramáticas alcanzaron importancia en esa época.
La mas antigua alusión a este orden de actividades la hallamos en un memorial del clérigo Francisco González Paniagua, relativo a la deposición del Adelantado Alvar Núñez Cabeza de Vaca, que reproduce parcialmente el historiador Ricardo Cailler-Bois y menciona Carlos R. Centurión. Refiere Paniagua que en 1544, poco después de la destitución violenta del Adelantado y hallándose éste aún en la cárcel, el sacerdote Juan Gabriel de Lezcano, ya mencionado al ocuparnos de la educación, hizo burla del caído, en una farsa que entonces compuso. El estreno, del que tomó parte el autor, tuvo lugar en la festividad de Corpus Christi.
Hombres como Lezcano, a la vez soldado y poeta, sin que sus hábitos talares le privaran de tomar partido en todas las querellas de los conquistadores, fueron esos admirables capitanes, evangelizadores y aventureros, que ganaron para España un imperio colosal.
Según el mismo Caíllet-Bois, hacia 1552 y en ocasión de las bodas de Francisco Ortiz de Vergara con la mestiza Marina de Irala, el portugués Gregorio de Acosa llevó a la escena otra farsa, que satirizaba la gran afición del padre de la novia y de otros capitanes por las indias guaraníes. Todo terminó con azotes para el autor y sus principales colaboradores.
Fuera de estas representaciones, profanas y de intención política, eran frecuentes los autos, misterios y loas, muy difundidos en todos dominios españoles, que tenían lugar en los atrios de los templos, al celebrarse las principales festividades religiosas.
Así el 12 de mayo de 1587, el Cabildo de Asunción decía que “es cosa muy conveniente que Hernando de Cabrera, vecino de esta ciudad, haga para festejar y solemnizar el día de Corpus Christi una obra y representación en honra y reverencia del Santísimo Sacramento, como en otros años se suele hacer, y para que el susodicho se anime y lo haga con más voluntad, acordaron se le den seis potros de los que están aplicados por este Cabildo para obras pías.
Centurión, citando fuentes jesuíticas, recuerda los festejos de la canonización de San Ignacio de Loyola, en 1522, dirigidos por el P. Roque González de Santa Cruz, con. la participación de más de cien actores y coristas, así también los del centenario de la Compañía de Jesús y otros que se llevan a cabo en Asunción y en diversas reducciones jesuíticas. Aún en nuestro tiempo, en algunos centros rurales se observan restos de esta ceremonias si bien de menos colorido, en la Semana Santa y en las Celebraciones patronales.
En general, fuera de las representaciones de intención, el teatro no tuvo en el Paraguay y Río de Plata la importancia que alcanzó en la Lima de los Virreyes.
Bibliografía.
Efraim Cardozo, “Orígenes de la enseñanza superior en el Paraguay”.
Rafael Eladio Velásquez, “La Educación paraguaya en el siglo XVII”
No hay comentarios:
Publicar un comentario