Los jesuitas desarrollaron actividad artística encaminada a la erección y al ornato de sus templos, a la solemnidad y al brillo de las ceremonias religiosas y a amenizar las horas de trabajo y de descanso, y estimularon su cultivo por los indios. Hubo, así, entre ellos, arquitectos, canteros, escultores, imagineros, pintores y músicos, además de los grabadores, a dos de los cuales —Juan Yapan y Tomás Tilcara.
LA PINTURA Y LA ARQUITECTURA.
La mayor parte de los templos de origen jesuítico ha perecido por la acción del tiempo y por accidentes, y otros han sido gravemente despojados por coleccionistas y anticuarios del Río de la Plata. Sin embargo, subsiste lo necesario como para tener una idea aproximada de su magnitud e importancia artística, especialmente si se consideran además las descripciones de la época.
Dichos edificios eran generalmente construidos sobre estructuras de horcones de urundey, con paredes de adobe, vigas de lapacho tirantes de palmas y techumbre de tejas. A veces, en lugar de adobe, se usaba piedra sin mortero Al costado, solía haber un campanario montado sobre un armazón de postes y vigas descubiertos, que en su parte superior tenía….una plataforma techada. Puertas, y rejas, artesanados y retablos eran de madera labrada y tallada. Las iglesias de San Ignacio-Guazá y de Santa Maria, destruidas a fines del siglo XVIII y sustituidas en los primeros años del XIX por otras que también ya han desaparecido, y la Santa Rosa, consumida por un incendio en 1883, de la cual se conservan solamente un campanario de piedra y un baptisterio o capilla que ha sufrido reformas, constituían muestras del referido estilo. Lo mismo cabe decir de la de San Cosme y Damián, parte de la cual aún existe.
A mediados del sigo XVIII, los jesuitas acometieron la construcción de templos monumentales, cambiando los horcones y el adobe por recios muros de piedra labrada con pilastras, aberturas y hornacinas esculpidas. En 1767, al producirse su expulsión de los dominios españoles, dejaron inconclusos los de Jesús de Trinidad, que todavía hoy, pese a la acción de la naturaleza y a las depredaciones de los hombres, maravillan al viajero. De la gran iglesia que en ese momento tenían en obra en Asunción, no subsiste el menor rastro.
Los PP. Peragrassa. Ribera, Sepp y otros, y los hermanos Prímoli Brasanelli, Harls y decenas más, actuaran de arquitectos, maestros de obras, tallistas y cantero y formaran hábilesEl mismo P. Antonio Sepp y Luís Verger han dejado cuadros de motivo religioso que extraídos de los pueblos del Paraguay, se exhiben hoy en museos y colecciones del exterior. Hubo también pintores indígenas, formados por tales maestros, que se destacaron especialmente en la, talla en madera, produciendo imágenes policromadas de gran belleza y valor.
En San Ignacio se ha ordenado un modesto museo de tallas, y en Santa Rosa, hasta hace pocos años, era grande la riqueza en imágenes.
ARQUITECTURA E IMAGINERIA NO JESUIITICAS
En nuestro país, con frecuencia pretende verse arte jesuítico en todos los vestigios coloniales de valar estético. Ello constituye un manifiesto error, ya que mucho de lo referido debe atribuirse a los franciscanos o al clero secular y aun a artistas y, artesanos seglares, traídos a veces del exterior para su ejecución.
Las manifestaciones mejor conservadas de la arquitectura no jesuítica son los templos de Yaguarón y de Capiatá.
La magnífica iglesia de Yaguarón el más imponente y completo de los edificios coloniales que se mantiene en pié, fue construida entre 1755 y 1772, merced a la abnegación y al esfuerzo sostenido del Dr. Carlos Penayos de Castro, sacerdote paraguayo de notable ilustración y de esclarecida ascendencia, que ejerció dicho curato por espacio de casi cuarenta años. Constituye la más perfecta manifestación del arte barroco en el Paraguay. La imaginería y el retablo del altar mayor, notables por su belleza y nobles proporciones son obras de un tallista portugués. José de Sosa Cavadas, contratado en Buenos Aires para el efecto. Para algunos altares adosados a los muros de los costados, es posible que se hayan aprovechado elementos del templo anterior, que era de fines del siglo XVI o de comienzos del XVII. Según parece, los altares de las dos naves laterales fueron llevados, hacia 1850, a la entonces nueva iglesia parroquial de Santísima Trinidad, sin que dicha sustitución reste imponencia al conjunto. La sacristía también con un interesante artesonado de falsa bóveda y con pinturas de la época de su construcción es de gran valor artístico. No menos notable resulta el púlpito, ubicado en la nave principal. Igual concepto merece el presbiterio del altar mayor.
El templo de Capiatá, más pequeño y con su imaginería y tesoro bastante disminuidos, es de la misma época y de similar escuela. Se supone que el maestro Sosa Cavadas trabajó también aquí. La parte exterior del edilicio ha sido objeto de reformas, El retablo del altar mayor de la iglesia parroquial de Valenzuela, claramente barroco y del siglo XVIII, costeado por el P. Antonio Fernández de Valenzuela, acusa la influencia de Sosa Cavadas.
Reviste similar interés, pese a las censurables alteraciones introducidas en su crucero, la iglesia parroquial de Píribebuy.
Del arte franciscano, se conservó casi intacto hasta la última década el templo de Caazapá, y en el de Itá, que es del siglo XIX, se han utilizado el retablo, las imágenes, algunas alertas las rejas del edificio franciscano de 1698.
En otras iglesias campesinas, pueden percibirse vestigios coloniales en rejas, puertas talladas, fragmentos de retablos o imágenes, o como en el caso del templo de Ypané los tenían hasta hace pocos años.
LA MUSICA RELIGIOSA.
Desde 1609, cuando los PP. Masseta y Caraldino se internaron en las selvas del Guairá, los misioneros jesuitas tuvieron instrucciones de estimular el cultivo de la música y el canto por los indios, debiendo proporcionarles los instrumentos de más fácil fabricación. Afirmadas las reducciones, para mediados del siglo XVII cada pueblo tenía su coro y su banda, a los neófitos disponían de arpas, violines, flautas, chirimías y otros instrumentos de cuerdas, de viento y de percusión. Además de Europa partituras de música religiosa. Igualmente bajo la dirección de los religiosos, se dio impulso al canto y a la danza simbólica do figuras.
Maestros jesuitas y oficiales y aprendices indios fabricaron instrumentos similares a los europeos: no solamente arpas, liras y violines, sino que también órganos y clavicordios, para servicio del culto y para solaz en las horas de trabajo y de descanso.
Cuenta el P. Furlong, que al procederse a inventario de los bienes dejados por los jesuitas expulsados, en 1767 en un solo pueblo se anotaron cuatro arpas grandes, seis rabeles (violines), dos rabelones, una espineta, dos violas, dos bajones grandes, cuatro bajones menores, diez chirimías, un fagotillo, dos cornetas, cuatro flautas, cuatro clarines y un órgano, y en otro, tres arpas, cuatro bajones, dos violines, un fagot, dos liras, dos flautas, dos cornetas y cincuenta y tres partituras Boettner reproduce otra reseña de similar contenido. Aun cuando no se alcanzó tal existencia en todas las reducciones las listas antecedentes resultan muy ilustrativas.
El P. Juan Vaseo, belga, que había sido músico de la corte imperial, actuó en los primeros años de las reducciones como maestro de religiosos e indios. Otros jesuitas se sucedieron en la formación de coros y bandas, y hasta de compositores.
Así tenemos noticia de un Julián Atirau, indio, autor de un minueto para dúo.
Tanto en las reducciones jesuíticas, como en el resto del Paraguay, se usaban el peteke, el mimby (flauta indígena), el gualambau, la guitarra, al rabel, el arpa y otros instrumentos para música profana.
Fuera de las reducciones jesuíticas, tuvo también general difusión la música religiosa. El primer coro asunceño, anterior a la fundación de la diócesis, lo organizó en 1539 el sacerdote portugués Francisco de Andrada. Lo integraban el P. Juan de Coto, más tarde primer cura de la Villa Rica, los seglares Antonio Ramos y Antonio Romero y los portugueses Juan de Jara y Gregorio de Acosta, poeta y autor teatral este último, los cuales debían desempeñarse de músicos y cantores. Erigida la Catedral, el servicio del coro quedó a cargo de sus dignidades y canónigos, y el templo llegó a contar con un órgano.
En los conventos de las diversas órdenes, se organizaron sus correspondientes coros y conjuntos musicales.
En los pueblos de indios, los hubo igualmente, así como bandas regularmente provistas de instrumentos. Juan Francisco Aguirre, culto marino español que recorrió gran parte del país a fines del siglo XVIII, menciona a varios de esos conjuntos musicales, entre los cuales, en esa época, gozaba de especial celebridad el de Yaguarón. Músicos y cantores, además de participar de las solemnidades del culto, contribuirían al solaz de la población en los frecuentes festejos “patronales” y saraos que rompían la monotonía de la vida colonial Ya, entonces, la guitarra y el arpa formaban partes del menaje del campesino paraguayo.
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