Los padres de la Compañía de Jesús organizaron sus reducciones sobre un modelo general. En cada una de ellas había un Cura (“Pai-guazú”) y un Teniente Cura “Paí-miní” Como en los demás pueblos de indios se conservaba, la dignidad de cacique y se habían instituido la de corregidor y un reducido cabildo, cuyos integrantes, indios todos, aunque desprovistos de efectivas facultades, eran colaboradores inmediatos de los religiosos.
La población, aunque trabajara en campos y yerbales, era exclusivamente urbana. Los pueblos se edificaban en forma de damero en torno de una plaza rodeada de la Iglesia, la casa parroquial o rectoría, el cementerio, los talleres, depósitos y graneros las viviendas de las viudas y huérfanos, y las largas casas de acera con soportales sostenidos, por horcones de urundey, que albergaban a los indígenas. A mediados del siglo XVIII. Los techos eran por lo general de tejas.
La vida de los neófitos se hallaba estrictamente regulada por un horario cuyo cumplimiento se recordaba con toques de campana. Se alternaba el trabajo con el adoctrinamiento religioso y con frecuentes festividades, ruidosas y plenas de colorido, matizándose todo con música. La enseñanza, incluso la de lectura y escritura se impartía en guaraní. Si bien ello facilitaba el aprendizaje dificultaba a los indios la comunicación con los españoles y su incorporación a la sociedad por éstos constituida.
Los productos del trabajo colectivo eran agrupados en tres porciones para el sostén del culto, para las necesidades sociales y benéficas, y para sustento de los indios, respectivamente. El aislamiento respecto de los criollos del Paraguay y la eficaz administración de los Jesuitas se sumaron para que sus reducciones fueran las más pobladas y ricas de la provincia. Cada una de ellas se hallaba rodeada de extenso sembrado y poseía estancias. Más la principal fuente de recursos de las misiones era la exportación de yerba al Río de la Plata, en competencia con los vecinos del Paraguay, lo cual daba lugar a antagonismo.
Además, habían logrado los jesuitas que, con excepción de los de San Ignacio-Guazú, Santiago y Nuestra Señora de Fé, sus indios estuvieron exentos de la encomienda, privilegio que los paraguayos consideraban lesivo para sus intereses.
Como empresa misional, el sistema fundado por los jesuitas tuvo extraordinario éxito. Puede objetarse a estos el excesivo aislamiento que impusieron a sus neófitos respecto de los criollos y mestizos del Paraguay, poniendo de este modo trabas a su integración a esta sociedad de la cual necesariamente debían formar parte. Agravaba tal divorcio el hecho de que en dichas reducciones se reclutaron los contingentes que en 1649, 1724, 1725 y 1735, invadieron a mano armada al Paraguay para sofocar movimientos populares. Pero hallamos la compensación en que civilizaron a un par de cientos de millares de aborígenes, los acostumbraron a la vida urbana y al trabajo productivo, haciéndolos así aptos para incorporarse más tarde a la población paraguaya y rioplatense, como aconteció después de 1767.
Producida la expulsión de la Compañía de Jesús, esas reducciones decayeron rápidamente, pero sus habitantes no volvieron al estado salvaje y selvático, como algunos escritores aseveran, sino que emigraron a Asunción, Corrientes, Buenos y se convirtieron en artesanos, labradores, troperos y pequeños comerciantes, y algunos pasaron al Brasil, donde su eficiencia les aseguraba buenos salarios.
La vida de los neófitos se hallaba estrictamente regulada por un horario cuyo cumplimiento se recordaba con toques de campana. Se alternaba el trabajo con el adoctrinamiento religioso y con frecuentes festividades, ruidosas y plenas de colorido, matizándose todo con música. La enseñanza, incluso la de lectura y escritura se impartía en guaraní. Si bien ello facilitaba el aprendizaje dificultaba a los indios la comunicación con los españoles y su incorporación a la sociedad por éstos constituida.
Los productos del trabajo colectivo eran agrupados en tres porciones para el sostén del culto, para las necesidades sociales y benéficas, y para sustento de los indios, respectivamente. El aislamiento respecto de los criollos del Paraguay y la eficaz administración de los Jesuitas se sumaron para que sus reducciones fueran las más pobladas y ricas de la provincia. Cada una de ellas se hallaba rodeada de extenso sembrado y poseía estancias. Más la principal fuente de recursos de las misiones era la exportación de yerba al Río de la Plata, en competencia con los vecinos del Paraguay, lo cual daba lugar a antagonismo.
Además, habían logrado los jesuitas que, con excepción de los de San Ignacio-Guazú, Santiago y Nuestra Señora de Fé, sus indios estuvieron exentos de la encomienda, privilegio que los paraguayos consideraban lesivo para sus intereses.
Como empresa misional, el sistema fundado por los jesuitas tuvo extraordinario éxito. Puede objetarse a estos el excesivo aislamiento que impusieron a sus neófitos respecto de los criollos y mestizos del Paraguay, poniendo de este modo trabas a su integración a esta sociedad de la cual necesariamente debían formar parte. Agravaba tal divorcio el hecho de que en dichas reducciones se reclutaron los contingentes que en 1649, 1724, 1725 y 1735, invadieron a mano armada al Paraguay para sofocar movimientos populares. Pero hallamos la compensación en que civilizaron a un par de cientos de millares de aborígenes, los acostumbraron a la vida urbana y al trabajo productivo, haciéndolos así aptos para incorporarse más tarde a la población paraguaya y rioplatense, como aconteció después de 1767.
Producida la expulsión de la Compañía de Jesús, esas reducciones decayeron rápidamente, pero sus habitantes no volvieron al estado salvaje y selvático, como algunos escritores aseveran, sino que emigraron a Asunción, Corrientes, Buenos y se convirtieron en artesanos, labradores, troperos y pequeños comerciantes, y algunos pasaron al Brasil, donde su eficiencia les aseguraba buenos salarios.
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